Nosotros, Señor, los niños huérfanos y las niñas huérfanas de México te rogamos:
Déjanos gozar la plenitud de nuestra orfandad.
Nuestros padres murieron porque fue tu Voluntad. Nuestros padres nos abandonaron porque fue tu Voluntad. Porque Tú así lo quisiste, nuestras madres fueron violadas por desconocidos a los que nunca volvieron a ver, y ellas nos arrojaron a un basurero o nos dejaron a las puertas de un Templo.
Déjanos, Señor, honrar tu Divina Voluntad.
Es nuestro privilegio.
No nos entregues a la adopción de parejas del mismo sexo. Por mucho amor que piensen darnos.
Por mucho amor que, de verdad, nos den.
Preferimos el desamor del abandono.
Preferimos el desamor de la indiferencia.
Es nuestro privilegio.
Preferimos, a tener dos padres amorosos o dos madres amorosas, vivir como vinimos a este mundo: sin un solo padre, sin una sola madre. Preferimos, a tener el amor toda la vida de dos hombres o dos mujeres de buenas intenciones y buena alma, no tener el amor de nadie desde siempre y para siempre.
Preferimos el desamor de la orfandad.
Déjanos, Señor, la libertad de vivir como huérfanos en un orfanatorio. De vestir como huérfanos, el uniforme del orfanatorio. De comer, como huérfanos, la miserable comida del orfanatorio. De dormir, como huérfanos, en los multitudinarios dormitorios de los orfanatorios. Déjanos, Señor, que cuando lleguemos a los albores de nuestra adolescencia nos echen a la calle, como a todos los huérfanos, del orfanatorio.
Es nuestro privilegio.
Así honramos tu Divina Voluntad.
Déjanos, Señor, quedarnos sin estudios, crecer sin moral y sin religión, sin nadie a quien aprendamos a amar, sin nadie que nos enseñe a amarte.
Déjanos ser niños de la calle, hombres de la calle, mujeres de la calle.
Déjanos disfrazarnos de payasos y malabaristas para malganarnos la vida en las esquinas.
Déjanos ser franeleros toda la vida. Déjanos ser mendigos.
Es nuestro privilegio.
Déjanos dedicarnos a limpiar los parabrisas de los automóviles.
Déjanos ser presa fácil del crimen y de la droga, del alcohol.
Déjanos ser criminales. Déjanos ser ladrones y narcos.
Déjanos caer muertos a los veinte años de una sobredosis.
Déjanos morir de hambre en un callejón, déjanos ser asesinados en la flor de nuestra juventud.
Déjanos vivir parte de nuestra orfandad en las cárceles.
Es nuestro privilegio.
Danos la oportunidad, como se la diste a nuestros padres biológicos, de fundar hogares que podamos destruir para poder tener hijos que, con su orfandad, sean el espejo de la orfandad de sus padres y de sus madres, de su crueldad, de su irresponsabilidad, de su desapego.
Déjanos, Señor, prostituirnos a los doce, a los trece, a los catorce años.
Déjanos, Señor, ser las putitas y los putitos de los proxenetas.
Déjanos, Señor, ser pasto de los pederastas en las escuelas, en tus templos.
Pero no nos des por guía a dos mujeres, o a dos hombres, aunque todos sean, como nosotros, tus hijos, y todos, como nosotros, seres humanos. Por mucho amor que nos prometan. Por mucho amor que nos tengan. Y así nos colmen con alegrías y comprensión. Así nos dignifiquen como pobres criaturas de Dios y por mucho amor que tengan a ti mismo. No merecen nuestro amor recíproco porque no merecen, siquiera, el tuyo.
Preferimos el desamor de la ausencia. Preferimos el desamor del olvido.
Pero si es tu Divina Voluntad, Señor, darnos un hogar y arrancarnos así el privilegio de no haberlo tenido, Señor, haz que las buenas familias cristianas de México que ya tienen hijos, nos adopten; haz que todas las parejas sin hijos de México, nos adopten. A todos, Señor. Cualquiera sea el color de nuestra piel. Así seamos blancos o indios, negros. Así estemos ciegos, o cojos, o mudos. Tú, si te lo propones, Señor, puedes hacerlo.
Diles a esas buenas familias cristianas que así aliviarán sus conciencias: evitándonos ser adoptados por parejas del mismo sexo.
No nos des dos padres o dos madres, Señor. Tú nos diste el frío de la ciudad y el silencio de la noche: los preferimos al calor de sus hogares y a la dulzura de sus palabras.
Y si nada de esto puedes hacer porque no lo quieres hacer, porque tu Divina y misteriosa e inescrutable Divina Voluntad se impone a tu Divina Omnipotencia, Señor, déjanos tranquilos.
Déjanos, así como nacimos parias, ser parias toda la vida para salvaguardar tu Voluntad. Déjanos crecer desprotegidos en el desamor de la intemperie, en la periferia de la sociedad, en el vacío del rechazo y el desdén.
Déjanos Tú, tú, el Señor sin cuya voluntad no se mueve la hoja de un árbol, déjanos, Señor, que como hojas nos arrastre el viento de la soledad y la derelicción.
Es nuestro privilegio: somos los privilegiados de la Tierra porque sabemos que, gracias a tu infinita Misericordia, le has prometido, a aquellos que en esta vida habitan un infierno, que en la otra vida serán ciudadanos del Reino de los Cielos.
Gracias, Señor.
Fernando del Paso