Sergio Humberto Brown Figueredo
La discusión en la izquierda sobre votar o no
votar en las elecciones federales del 7 de junio del 2015 depende del objetivo
político y la incidencia que tendría, una acción u otra, o las dos
al mismo tiempo sobre la realidad política, económica y social del país. Y de los posibles riesgos. Después del
fraude que impuso a Enrique Peña Nieto en la presidencia, el PRD se entregó a
los poderes fácticos —los que gobiernan sin haber sido elegidos— al firmar el Pacto
por México. La izquierda partidista se desdibujó al sumarse a las 'reformas estructurales' que terminaron por
legalizar la entrega de los energéticos a capital extranjero. En ese contexto surge primero MORENA como partido político y después de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Guerrero, las acciones globales por Ayotzinapa.
Es innegable que la democracia moderna, el
sistema de partidos y la clase política mexicana en su conjunto están en
terapia intensiva. Después del fraude MONEX, millones de mexicanos no creen en
las instituciones electorales (de ahí el cambio cosmético de IFE a INE), y
después de la desaparición de los 43 y otros hechos
de represión a la protesta y a la libre expresión de las ideas, millones
más no creen en el Estado y piden un cambio inmediato. Es
decir, votar o no votar es decidir la ruta del cambio posible: la vía
electoral (los votos) o el movimiento social que en las calles confronta al Estado con el cuerpo. Las dos rutas llegan al
mismo adversario: la clase política neoliberal.
El no votar es una protesta simbólica que de ser incluso mayoría (la abstención), no tendría incidencia
institucional, pero podría dejar 'al rey desnudo' caminando sobre su farsa. Sería exitoso de ser
acompañado de una estrategia de movilización, marchas y bloqueos que
tarde o temprano llevaría a la confrontación directa con las fuerzas
coercitivas del Estado, y ahí el gran riesgo: ya lo dejaron ver en los últimos meses, están
dispuestas a matar, a desaparecer, a golpear sin discriminación, a encarcelar estudiantes,
violar mujeres y barrer con lo que sea. Hasta ahora las estrategias del Estado han funcionado. En las últimas marchas por la aparición de los 43 aplicaron
estrategias anticonstitucionales de castigo y disuasión social, que en caso de elevarse el nivel y
potencia de las protestas, seguirían profundizando en las canalladas que el
poder del Estado autoritario facilita.
Es claro, la situación en Guerrero,
primero por la desaparición de los normalistas y después por la represión a la
CETEG y la larga cadena sucesiva de luchas sociales, es un caso paradigmático de lo que podría ser la futura tensión de varios estados al borde del tantas veces nombrado 'estallido
social'. Para que el movimiento por el 'no votar' tenga éxito en la realidad nacional, en todos los estados, debe tener
objetivos y exigencias claras para el día de las elecciones: pintar un símbolo en la boleta por los 43, dejar una
consigna en las urnas a nivel nacional (vivos se los llevaron, vivos los queremos) u otras opciones. Que la campaña del 'no votar' se transforme en acción
de anulación política y nombrar el motivo de la protesta al mundo, un grito por la liberación de La República.
La oligarquía lo capturó todo con el dios Dinero. El poder Ejecutivo con Peña Nieto. El Legislativo y las telebancadas. La Procuraduría con Arely Gómez y próximamente el Poder Judicial con Eduardo Medina Mora. La banda de
los 30 y su República de la Televisión seguirá utilizando sus medios masivos de
comunicación para defenestrar los métodos de lucha social y calificarlos como
violentos o intransigentes: un espejo calificativo de su propio
actuar. A los 30 les importa capturar el congreso para seguir
implementando su proyecto y tener tres años más para seguir entregando el país
sin oposición, y perpetuarse en el poder con múltiples avatares: el próximo show
ejecutivo llamado, —como ser del espectáculo—, el Güero Velasco.
La principal crítica a la
vía electoral es verídica y contundente: participar en ese juego amañado es avalarlo. Será fraude,
terminarán ridiculizando a los opositores, y los de arriba adjudicándose mediante la supuesta
manifestación de las mayorías, una legitimidad que será oxígeno para la
subsistencia del maltrecho pero resistente dinosaurio. Aquí la clave es el
factor AMLO. Sin duda, la figura política más importante de MORENA, el político más atacado de los últimos años y dos veces
sacrificado su triunfo presidencial por como él los define, "la mafia del poder". Ahora enfrentará el primer proceso electoral como
'jefe' de partido y estratega electoral, lejos ya de los Chuchos del PRD y otros personajes
ambivalentes de los partidos pequeños de la izquierda (PT y Movimiento
Ciudadano). Es la hora cero para el tabasqueño y para millones que desean la justicia social y el fin de la corrupción. Y que lo mismo que cantan las calles, desde luego, lo pueden cantar las urnas.
El sistema electoral nos cuesta millones de pesos. Tenemos que saber utilizarlo. También para protestar en él. Y para desacreditarlo. Si una parte de la sociedad, en pacto con MORENA —no
entregada ni subordinada a ella—, vota masivamente para lograr mayoría en la
cámara de diputados o una representación que signifique una oposición real al
sistema, al menos en términos de opinión pública, sería un paso agigantado. Las calles deben tener voz en el congreso. La máxima tribuna del país debe recuperar su símbolo: la justa palabra. Y a pesar de los cuestionamientos (las candidaturas de MORENA, la tómbola, etc) López Obrador representa una piedra en el
zapato del poder; le tienen tirria de clase —como a las madres y padres de los 43—, y saben que no
será fácil vencerlo. Lo que dijo en la campaña del 2012 sobre el
proyecto peñista se cumplió y faltan ajustes que agravarán la tormenta en el cielo: los
miles de trabajadores que recortarán en PEMEX y el posterior regreso a la escena nacional de las
compañías petroleras que Lázaro Cárdenas con valentía y riesgo
expropió.
Un fraude descarado en la elección intermedia
dejaría al actual régimen con el cuerpo manchado de lodo, gateando débil y sin
credibilidad por los brillosos pisos de la Casa Blanca (la de Washington). Llegaría a las
elecciones presidenciales del 2018 con la
mayoría de la población —ya pasad@s por los cuchillos de las reformas y el engaño— en su
contra. Lo que podemos exigir 'aquí y ahora' los ciudadanos a MORENA, sus candidatos y a López
Obrador, es que a cambio del sufragio, defienda los votos. Primero, organizando
que en todas las casillas del país, el día de las elecciones, tengan representantes que
informen sobre el real estado del sistema electoral,
caricaturizado en las últimas semanas por el INE y su locuaz presidente. Y que en caso de fraude, se manifieste. Y a la lucha social, a los que no creen en lo electoral y salgan por miles a las calles, que no tomen decisiones que pongan en riesgo la vida de sus simpatizantes. Ya son muchos los muertos.
Así que, votar o no votar será el debate
clave en la izquierda en los próximos meses, y para que se logre presionar a los que compraron un Estado llamado México, una acción política (votar) no debe excluir a
la otra (no votar). Después de tanto andar y estar en el mismo lugar, lo electoral y lo social pueden apuntar hacia la misma cabeza oligárquica, desde posiciones diferentes. Sería ocioso y un desperdicio histórico que las izquierdas luchen en la opinión pública entre sí,
descalificándose o manifestando la superioridad de una vía sobre la otra. El acuerdo, visible o invisible, puede ser la coexistencia crítica. Y las dos opciones —y muchísimas más—, constituir resistencias al sistema
en varios frentes, rutas y rizomas. El asalto en común pues, de la calle, del imaginario y del
congreso.
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Contra(comunicado):
Como decía Henry David Thoreau, "No pido inmediatamente que no haya gobierno, sino inmediatamente un gobierno mejor". El orígen de Medios y política fue el fraude electoral del 2006: nació La República de la Televisión y la programa(ción) se volvió dicta(dura): un monopolio opinativo de Tercer Grado. Aquí en 'Medios y política' están las evidencias comunicacionales que sostienen nuestra tésis: Felipe Calderón no ganó las elecciones; la oligarquía lo impuso mediante un fraude para auto(comprarse) lo que queda de México. Y lo repitieron imponiendo a Enrique Peña Nieto en el 2012. Por eso pedimos lo posible: que se restaure La República.
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