La coerción supone el uso, o "la amenaza constante" de utilizar la fuerza física para someter a un adversario político, o a la población en general. Existe una relación clara entre la coerción y el hecho de infligir heridas o matar: el uso de la fuerza física conlleva el riesgo de excederse y (des)truir al oponente. En este marco debemos "interpretar" los disfraces "verde olivo" de Felipe Calderón, su filia por los desfiles militares, el asesinato "involuntario" de una familia en un retén militar, la violación y muerte de la anciana Ernestina Ascencio, y los múltiples retenes militares que coartan el libre tránsito de los ciudadanos, bajo el pretexto de una ineficaz "guerra contra el narco".
Para que la coerción "funcione", se debe controlar, o "incidir" en la opinión pública a través del "poder cultural", o "poder simbólico" definido por J.B Thompson como "la actividad productiva, transmisora y receptora de formas simbólicas significativas". Es el poder de los mensajes. Al controlar los medios, el Estado bombardea los espacios públicos y privados con "sus" imágenes, y los mensajes "idóneos" para generar la aceptación del Estado autoritario, la "aceptación" silenciosa de un Estado policiaco, de un "monopolio" ilegítimo de poder.