"La cultura es una serie de saberes y
prácticas acumuladas en el tiempo. Cultura, de “cultivo”, de semilla que
emerge de la tierra, de flores tecnológicas que no se secan, de
conocimiento heredado en capas de pasado sobre la tierra y el
inconsciente de todos. Cultura de cosecha de símbolos, conceptos y
productos que nos hacen ser y darle sentido a lo que nos sucede como
grupo organizado mediante el poder de la palabra y del Estado. La
cultura es números, la cultura es calendarios, ciclos astronómicos y
artísticos. Operaciones. Cultura es el sonido de un territorio y la
música de quienes lo habitan. Su danza, su forma de espejearse en el
inconsciente mediante la comida, el alcohol y la noche. Cultura, pues,
somos todos nosotros a todas horas.
Entonces, una revolución de la cultura
inicia cuando “otra” forma cultural culmina su ciclo. Y se convierte en
basamento. En Historia. Trazado de círculos concéntricos. En la barra de
un bar escuché a un viejo español hablando de los sistemas vivos y
sobre su característica básica, dijo, —o se revolucionan o mueren. Así,
una consigna que lanzan los pueblos desde el filón heroico de la
sobrevivencia, “o cambiamos o nos morimos”, canto cíclico que se emite
desde la desesperación humana.
Tomando una cerveza artesanal de la
región me di cuenta, en la práctica y en la teoría, lo que es una
revolución en el infinito campo de la cultura. Es decir de un
“movimiento” en la ruta de lo que somos. Ya en el nombre (como todos los
nombres), marcó esa cerveza mi papilas gustativas y mente: “Sé un
Insurgente, toma artesanal”. Y al momento le di una interpretación
política: los cerveceros locales están resistiendo al duopolio
cervecero, que en términos comerciales, es igual de poderoso y dañino
que el duopolio televisivo. Y desde una interpretación culturalista
—pensé—, la revolución líquida del arte-sano."
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