“El
espectáculo es la pesadilla encadenada de la sociedad moderna que no
expresa finalmente más que su deseo de dormir. El espectáculo es el
guardián de este sueño.”
Guy Debord
El principal enemigo de la cultura y la democracia en México es Televisa. Empresa de comunicación que pertenece a un grupo de poderosos y es dirigida por Emilio Azcárraga Jean, hijo del Tigre quien
hace décadas se autonombró “un soldado del PRI” y dijo que su negocio
producía “programación para jodidos”. La televisión mexicana es dominada
por Televisa y su influencia en la sociedad es mayúscula: sus
telenovelas, noticieros y programas de entretenimiento determinan el
lenguaje (“el amortsss”, “chido” y “catafixia”) y las prácticas
culturales de millones reproducen el machismo, el sexismo y el clasismo
de su programación.
No
es casualidad que el logotipo de Televisa sea un sol enrejado: ha
robado el conocimiento de los humanos que les fue legado desde épocas
arcaicas, “el fuego” moderno, la caja de luz, la luciérnaga que
hipnotiza con barridos de líneas y cuadros por segundo. En la familia y
en la casa, la televisión sustituyó al “fuego”, y las historias que
antes eran contadas por los viejos —los mitos, los héroes y las
costumbres—, fueron reemplazadas por lo que la televisión (al centro de
la convivencia familiar) “dice”. De ahí la importancia del miembro de la
familia que tiene el “control”.
El
deporte como espectáculo físico visto por millones, ha sido relacionado
desde tiempos remotos con la política y el poder. Al ser el fútbol el
deporte más practicado en el mundo, no ha escapado de manipulaciones
emotivas, económicas y de chantajes políticos. Se dice que a la
selección argentina, que ganó el mundial en su país en 1978, el dictador
Videla les arregló un partido contra Perú (necesitaban meter cuatro
goles y metieron seis), para poder clasificar a la final. Después
resultaron campeones y el pueblo argentino celebró el triunfo nacional
en medio de la brutal dictadura militar.
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