Moralidad, legalidad y legitimidad política
El principio normativo político democrático es el que orienta subjetivamente a los ciudadanos a tener la convicción que los acuerdos públicos institucionales (es decir, mediante de organizaciones y leyes promulgadas) deben alcanzarse por medio de una participación en igualdad por parte de los ciudadanos afectados, procediendo de tal manera que sean las razones y no la violencia lo que les permita llegar a dichos consensos. El principio de validez ético se ha transformado en principio de legitimación política. La legalidad no exige convicción subjetiva (es sólo formal; la legitimidad exige también convicción subjetiva de los ciudadanos (es formal + material, es real, diría Marx).
Y la cuestión de fondo es entonces que, en la posición liberal extrema, a) la moralidad individualista interiorista (la ética para algunos, meramente moral para Marx y para mí) coexiste con b) la legalidad formalista y puramente coactiva externa (el derecho como única normatividad de la política). En este caso, la política ha perdido todo contenido normativo (es decir, ha perdido obligatoriedad o legitimidad en el fuero también interno del político): es un puro legalismo que puede aceptar que un ciudadano pueda ganar 7 mil millones de pesos en locales de apuesta (y en otros menesteres de igual catadura) y al mismo tiempo presentarse como candidato al ejercicio de un cargo político. Ese político no ganará nunca legitimidad entre los ciudadanos. La opinión pública debería exigir una mínima coherencia ética al candidato, de manera que debería ser descalificado para ser representante, ya que corrompe a la juventud con empresas que a ojos vista no promueve actitudes que ennoblezcan a la comunidad.
Sin embargo, para el que escinde la moral de la política, nadie debería juzgar negativamente ese hecho, porque aunque en su fuero interno moral pudiera ser un depravado, mientras cumpla las leyes vigentes, puede ser un gobernador legal. Creo que Marx (que criticó al capital en nombre de la vida humana universal), que Hidalgo (que criticó a los "gachupines" por el amor a la patria que fundaba con su muerte), y que un tal Joshua de Nazaret (que criticó a los fariseos de su tiempo como los sepulcros blanqueados: perfectos legalistas por fuera y podridos éticamente por dentro) no estarían de acuerdo con este cinismo.