lunes, marzo 28, 2016

La última garra antes de que nos coma el imperio

Sergio Humberto Brown Figueredo

A contrapelo de nuestra historia moderna y más antigua, a nueve años de guerra del neoliberalismo contra el pueblo no brotó resistencia armada a la peor masacre en nuestro país desde la época de la Revolución que inició un 20 de Noviembre de 1910 Francisco I. Madero. De aquel acontecimiento que destruyó temporalmente el poder de la oligarquía porfirista a la guerra que le declaró Felipe Calderón "al narco" y su continuidad en el sexenio de Enrique Peña Nieto, no se había derramado tanta sangre y muerte sobre el suelo mexicano. Y en la opinión pública los neoliberales ganaron la batalla: es poca la población que se opone al fin de la guerra, muchísimos engañados con el "palo y la zanahoria" del combate a los criminales ignorando el humeante esquema aplicado de problema-solución-problema. La propaganda y la censura lograron ocultar los vínculos entre los grupos oligárquicos que patrocinaron los fraudes electorales de 2006 y 2012, la violencia de Estado mediante su hijo bastardo, el paramilitarismo, las corporaciones de seguridad transnacionales y la intervención abierta y "legal" de dos gobiernos extranjeros en nuestro suelo, Colombia y Los Estados Unidos.

Y no me refiero a ningún secreto, está expuesta la información necesaria para entenderlo. De entrada, la llamada Iniciativa Mérida proporcionó recursos millonarios para el combate al narcotráfico y el crímen organizado, después, lo que reveló Wikileaks en La Jornada, la injerencia del Embajador estadounidense Carlos Pascual y los cónsules en las políticas de seguridad, luego, las operaciones oficiales de tráfico de armas llamadas "Rápido y Furioso" y "Receptor abierto", aunado a lo irregular de utilizar al Ejército y La Marina para retenizar el libre tránsito y combatir en las calles, armados, la inseguridad, sumado a la continuidad del neoliberalismo, prácticamente podemos decir que tenemos nueve años invadidos sin ocupación, y ¿que no haya brincado nadie? ¿Ningún guerrero águila/jaguar por ahí perdido? ¿Ni un grupito de cabrones que haya intentado asaltar un cuartel para dar un golpe ideológico contra la dictadura? Nuestra sangre y resistencias que por ella fluyen lo indica, eso no es posible en un pueblo como el nuestro. Al menos no desde la dialéctica, y mucho menos dentro de la noción de tiempo cíclico, contraria a la linealidad moderna.

Me rehúso a creer que una tierrra de guerreros está desierta ahora de ellos, cualquier mexicano con formación militar, oficial, popular o de liberación, no podría resistir entregar su vida por defender la patria del saqueo, de la explotación de su pueblo y la invasión silenciosa de su territorio. No. No. Y no. Pienso desde lo mítico en Huitzilopochtli, en lo histórico prehispánico en Cuauhtémoc, en la Colonia, en las revueltas indígenas que de manera cíclica resistieron, sin éxito, el yugo español, pienso en Hidalgo, en Morelos, en el Juárez guerrillero, en Zapata, en Villa, y en el giro post-revolución institucionalizada en Rubén Jaramillo, en Lucio Cabañas, en la generación marxista del 68, en las Fuerzas de Liberación Nacional, en los vestigios que la represión dejó de los jóvenes armados en los años setenta, en el Partido de los Pobres y después en el Ejército Popular Revolucionario. Pienso en el espíritu de miles de guerreros que dieron su vida en batallas antiguas y modernas por defender de otros invasores el suelo que ahora se supone es nuestro, los que le heredaron el color rojo a nuestra bandera. A la memoria de ellos hablo y me rehúso a creer que dentro del colonizado Ejército Mexicano no haya brotado un grupo de valientes que dijera ya basta a la entrega de nuestra patria y subvirtieran el poder vertical de las órdenes contrarias al bienestar del pueblo.

Hubo resistencia a los nazis en París, hubo fuerzas de contención al imperialismo francés en Argelia, hubo en la guerra civil española internacionalistas luchando con sus hermanos ideológicos, hubo latinoamericanos exponiendo su vida en combates contra-imperiales en África y Asia, y en la peor tragedia del último siglo mexicano, los más de ciento cincuenta mil mexicanos muertos por violencia lo constatan, con estudiantes desaparecidos sin explicación, con matanzas selectivas, con operaciones de falsa bandera para mantener asustada a la gente, con los recursos de la nación en remate abierto, ¿y no brincó nadie a decirles alto, no más? No puedo creerlo. No. No. No. Hasta en términos de probabilidad y estadística me parece imposible. Que el Estado al servicio del poder global y sus corporaciones de seguridad estén aplicando un régimen semi-totalitario, de opresión, de fuerza bruta a los mexicanos y no se haya replicado un discurso de liberación o de independencia en nueve años de guerra, no puedo aceptarlo, y la negación puede ser sinónimo de ceguera, de locura o una proyección de la historia dentro de la Historia.

Pensando en las réplicas actuales de aquellas súplicas que hacían los sacerdotes mexicas a los dioses para no ser abandonados ante la ofensiva militar de los conquistadores, me vuelvo a preguntar: ¿Cómo los dioses de la guerra pudieron olvidar a un pueblo tan castigado por el imperio dejándolo sin legítima defensa? Pero si sostengo que ese silencio, ese vacío no puede ser explicado, ¿qué está pasando? No lo sé. Pero en la fantasía puedo inventar motivos para entender esa aparente orfandad. Porque en las batallas de las últimas décadas contra las dictaduras latinoamericanas, los genocidios fueron terribles cuando se libraron guerras abiertas o tradicionales por la liberación. Los generales extranjeros no sienten lazos con el pueblo, y lo primero que hacen ante un brote insurgente es masacrar civiles para inundar de miedo el escenario y restarle apoyo a lo (r)evoluciónario. Si esos grupos armados aprendieron las dolorosas lecciones del siglo XX, ante una invasión, la única respuesta patriótica es no poner en riesgo al pueblo, no exponerlo a más violencia que la aplicada de manera encubierta y descubierta por el mismo gobierno. Es decir, una guerra secreta a largo plazo, antes que la desaparición súbita de nuestras fuerzas guerreras, es lo que fantaseo sobre lo que vive México, y si es errada o errorista mi interpretación, pues entonces quizá nos merecemos sucumbir finalmente ante las garras y el pico del imperio.

"Benito Juárez, político y estadista" por Josefina Zoraida Vázquez

Contra(comunicado):

Como decía Henry David Thoreau, "No pido inmediatamente que no haya gobierno, sino inmediatamente un gobierno mejor". El orígen de Medios y política fue el fraude electoral del 2006: nació La República de la Televisión y la programa(ción) se volvió dicta(dura): un monopolio opinativo de Tercer Grado. Aquí en 'Medios y política' están las evidencias comunicacionales que sostienen nuestra tésis: Felipe Calderón no ganó las elecciones; la oligarquía lo impuso mediante un fraude para auto(comprarse) lo que queda de México. Y lo repitieron imponiendo a Enrique Peña Nieto en el 2012. Por eso pedimos lo posible: que se restaure La República.

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