lunes, abril 05, 2010

La centralidad de las violencias

Rossana Reguillo

En el México de hoy azotado por violencias de diversa índole y calibre, el paisaje sociopolítico no podría ser más desolador y más preocupante; de poco sirve pensar que “hemos tocado fondo” y que por lo tanto en una especie de compensación, más mítica que histórica, a la oscuridad le sigue (siempre) un periodo de luz. El pensamiento mágico delega, pospone, proyecta hacia delante prescindiendo de los “datos”. La “felizología” como filosofía de Estado, se convierte en conjuro repetido para exorcizar la realidad. Y, mientras tanto, los “episodios” en el que cada uno parece ser el “último”, el “definitivo”, el “ahora sí, ya basta”, siguen siendo considerados como “hechos aislados”, contingentes, espontáneos, explicación favorita y recurrente de (casi) todos los políticos y las políticas con independencia de su filiación partidista.

En este panorama, las violencias anudan un complicado tejido social en el que resulta extremadamente difícil “aislar” causas y consecuencias. Un alud de explicaciones, argumentaciones, justificaciones desciende velozmente sobre la atribulada “opinión pública”, que ya no logra distinguir lo duro de lo tupido y viceversa, obstaculizando las posibilidades de una necesaria y pausada reflexión que logre trascender las “causas eficientes” y colocar la mirada crítica en las “causas” o mejor, los procesos históricos que están a la base de muchas de las violencias sincopadas, caóticas, absurdas que configuran las texturas rugosas y malolientes de un cuerpo social enfermo que se niega a entender los síntomas.

Si a los Republicanos en los Estados Unidos, el terrorismo les ha venido como anillo al dedo para acrecentar su poder y justificar sus excesos domésticos y globales, en México el “narco” ha sido un recurso muy útil para mantener el precario equilibrio de una institucionalidad colapsada (por su propia corrupción e ineficacia); cuando el enemigo es ubicuo, todo poderoso (por más que lo sea), se fortalece la posibilidad de culparlo de todo, se trata de un enemigo “útil”. Vivimos los tiempos del “close up” y de las primicias en la barbarie y, abundan los medios de comunicación que nos muestran iterativamente los rostros de hombres que saben (antes que nadie) que van a morir. Enjuician, abundan en calificativos, asignan etiquetas, estereotipos, incendian a la “opinión pública”. Este es el tono principal de la llamada “guerra contra el narco”. El “sospechosismo” que se ha instalado como modo de relación entre los mexicanos y, la sospecha es una hermana del miedo y con frecuencia el miedo deriva en ira. Hay preguntas de fondo que requieren ser respondidas. De manera lenta pero eficaz, en el país de los “tiempos mejores están por venir”, como solía decir Vicente Fox, en el país de las “percepciones equivocadas”, como gusta de afirmar Felipe Calderón, el miedo ha ido expulsando al ciudadano y en esta sustitución de cuerpos, solo queda espacio para la víctima. La víctima es obligada a emprender una cruzada personal contra el monstruo (el vecino sospechoso, el extraño, aquel cuya vida no comprendo o cuyos actos no logro descifrar en tres segundos), el tejido social está deshilvanado, es constatable.

En una sociedad donde la falta de legitimidad y la desconfianza hacia las instituciones es más que un dato de la “encuestocracia” que nos habita, estimular la vigilancia (sobre el igual) y la delación (sobre el que asumo sospechoso), es un peligroso caldo de cultivo para lo que voy a llamar miedos “pre-hobbesianos” (apelando al famoso Leviatán, el Estado moderno de Hobbes) y sus consecuencias terribles. Hobbes advirtió hace mucho tiempo que las violencias que estuvieron a la base de la formación del estado moderno, no estaban fundadas en la diferencia, sino en la igualdad: “el temor que atenaza y conmueve a los seres humanos y que los induce a matarse entre sí, no proviene de las desigualdades y las diferencias; no se trata de guerras de los fuertes contra los débiles; de los valientes contra los cobardes o de los civilizados contra los bárbaros; no es una confrontación que se articule sobre las diferencias; es una guerra desatada por la igualdad, desarrollada por la igualdad y mantenida por ella”. Por ello, considero, que aunque todos debamos actuar ya de manera urgente, es y sigue siendo (hasta aviso en contrario), responsabilidad del Estado (y no del “policía que todos debemos llevar dentro”), restituir el sistema de equilibrios diferenciadores de una democracia moderna.

Si la imagen del poder formal está deteriorada y en creciente desprestigio, es posible suponer, por el conjunto de indicadores a la mano, que para enfrentar la incertidumbre, la vulnerabilidad y el desencanto, la gente está buscando (y encontrando) nuevas fuentes de certidumbre que van de lo mágico-religioso al “armamentismo”, la huida y la respuesta individual. Ciudad Juárez, Durango, Reynosa, son mucho más que casos aislados.

El poder mortal (pero crecientemente simbólico del narco) en la vasta geografía del país, se inscribe en un horizonte de futuros no deseados en los que crece no solamente el número de muertos, sino el número de incrédulos, un ejército de desesperanzados por el difuso malestar del momento: el vaciamiento de la política, de las instituciones. Pero no es la fatalidad, ni el clima expandido de linchamientos varios lo que podrá transformar este paisaje, sino, en todo caso, la posibilidad de asumir que volver inútil la opción por la violencia es una tarea centralmente política.

¿Esta es la ayuda militar que quiere Calderón y los panistas para México?

Collateral Murder:


Wikileaks has obtained and decrypted this previously unreleased video footage from a US Apache helicopter in 2007. It shows Reuters journalist Namir Noor-Eldeen, driver Saeed Chmagh, and several others as the Apache shoots and kills them in a public square in Eastern Baghdad. They are apparently assumed to be insurgents. After the initial shooting, an unarmed group of adults and children in a minivan arrives on the scene and attempts to transport the wounded. They are fired upon as well. The official statement on this incident initially listed all adults as insurgents and claimed the US military did not know how the deaths ocurred.

Plan 20-30: destruir lo que queda de México

Reportaje demoledor de la Revista Contralínea, 'Plan 2030: ocupación integral de México':

"El plan transexenal calderonista México 2030, Proyecto de Gran Visión, urde la ocupación integral del país, señala Gilberto López y Rivas. Con éste, la “clase dominante” pretende desmantelar el Estado-nación mexicano, explica el integrante del grupo Paz con Democracia e investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Los 14 documentos que integran el plan detallan que uno de sus principales objetivos es la creación de una nueva constitución política. Los archivos –desclasificados por la Presidencia de la República y consultados por Contralínea– revelan que esa carta magna abolirá la propiedad pública, desconocerá los derechos colectivos, el patrimonio y los bienes nacionales, y abandonará el concepto de soberanía nacional.

Con ese nuevo marco jurídico se materializarán los propósitos del Proyecto de Gran Visión, entre los que destacan: ceder el control gubernamental del país a “mexicoamericanos”; privatizar la salud, la educación, el agua, la energía, los minerales, las reservas de la biósfera, el patrimonio cultural, las carreteras, las telecomunicaciones; extinguir la propiedad ejidal y comunal; abolir los derechos a la sindicalización y a la protesta social en caso de expropiaciones.

En dos décadas, México será “un país con una nueva constitución y armonía entre la legislación interna y externa”, indica el apartado dedicado a la política exterior. El investigador Pablo Moctezuma Barragán observa que a los autores del plan “les estorba” la actual Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos."

Link a Contralínea.

A-papa-cho

Palabras del cardenal Angelo Sodano a Benedicto XVI en el domingo de Resurreción:

"El pueblo de Dios está contigo y no se deja impresionar por los chismorreos del momento."


Es oficial: para la Iglesia Católica los reclamos para que se haga justicia (en la tierra) a las miles de víctimas de la pederastia clerical, son un 'chismorreo del momento'.

Regeneración TV: 5 de abril de 2010


"Molesta que este mequetrefe haya utilizado lo del empleo como bandera en su campaña política [...] y no esté haciendo absolutamente nada para resolver este problema que afecta tanto a los mexicanos."
Andrés Manuel López Obrador, Presidente Legítimo de México.

Monerohernández

Menos mal

Proceso: En la guarida de "El Mayo" Zambada

Julio Scherer García

Tenía interés en conocerlo", le dijo el capo del cártel de Sinaloa, colega y compadre de "El Chapo" Guzmán. En el encuentro, que terminó en puntos suspensivos, El Mayo Zambada dejó un reto: "Me pueden agarrar en cualquier momento... o nunca".

Un día de febrero recibí en Proceso un mensaje que ofrecía datos claros acerca de su veracidad. Anunciaba que Ismael Zambada deseaba conversar conmigo.

La nota daba cuenta del sitio, la hora y el día en que una persona me conduciría al refugio del capo. No agregaba una palabra.

A partir de ese día ya no me soltó el desasosiego. Sin embargo, en momento alguno pensé en un atentado contra mi persona. Me sé vulnerable y así he vivido. No tengo chofer, rechazo la protección y generalmente viajo solo, la suerte siempre de mi lado.

La persistente inquietud tenía que ver con el trabajo periodístico. Inevitablemente debería contar las circunstancias y pormenores del viaje, pero no podría dejar indicios que llevaran a los persecutores del capo hasta su guarida. Recrearía tanto como me fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial, pero evitaría los datos que pudieran convertirme en un delator.

Me hizo bien recordar a Octavio Paz, a quien alguna vez le oí decir, enfático como era:

"Hasta el último latido del corazón, una vida puede rodar para siempre".

Una mañana de sol absoluto, mi acompañante y yo abordamos un taxi del que no tuve ni la menor idea del sitio al que nos conduciría. Tras un recorrido breve, subimos a un segundo automóvil, luego a un tercero y finalmente a un cuarto. Caminamos en seguida un rato largo hasta detenernos ante una fachada color claro. Una señora nos abrió la puerta y no tuve manera de mirarla. Tan pronto corrió el cerrojo, desapareció.

La casa era de dos pisos, sólida. Por ahí había cinco cuadros, pájaros deformes en un cielo azuloso. En contraste, las paredes de las tres recámaras mostraban un frío abandono. En la sala habían sido acomodados sillones y sofás para unas diez personas y la mesa del comedor preveía seis comensales.

Me asomé a la cocina y abrí el refrigerador, refulgente y vacío. La curiosidad me llevó a buscar algún teléfono y sólo advertí aparatos fijos para la comunicación interna. La recámara que me fue asignada tenía al centro una cama estrecha y un buró de tres cajones polvosos. El colchón, sin sábana que lo cubriera, exhibía la pobreza de un cobertor viejo. Probé el agua de la regadera, fría y en el lavamanos vi cuatro botellas de Bonafont y un jabón usado.

Hambrientos, el mensajero y yo salimos a la calle para comer, beber lo que fuera y estirar las piernas. Caminamos sin rumbo hasta una fonda grata, la música a un razonable volumen. Hablamos sin conversar, las frases cortadas sin alusión alguna a Zambada, al narco, la inseguridad, el ejército que patrullaba las zonas periféricas de la ciudad.

Volvimos a la casa desolada ya noche. Nos levantaríamos a las siete de la mañana. A las ocho del día siguiente desayunamos en un restaurante como hay muchos. Yo evitaba cualquier expresión que pudiera interpretarse como un signo de impaciencia o inquietud, incluso la mirada insistente a los ojos, una forma de la interrogación profunda. El tiempo se estiraba, indolente y comíamos con lentitud.

Las horas siguientes transcurrieron entre las cuatro paredes ya conocidas. Yo llevaba conmigo un libro y me sumergí en la lectura, a medias. Mi acompañante parecía haber nacido para el aislamiento. Como si nada existiera a su alrededor, llegué a pensar que él mismo pudiera haber desaparecido sin darse cuenta, sin advertirlo. Me duele escribir que no tenía más vida que la servidumbre, la existencia sin otro horizonte que el minuto que viene.

"Ya nos avisarán", me dijo sorpresivamente, "la llamada vendrá por el celular".

Pasó un tiempo informe, sin manecillas. 'Paciencia', me decía.

Salimos al fin a la oscuridad de la noche. En unas horas se cruzarían el ocaso y el amanecer sin luz ni sombra, quieto el mundo.

Viajamos en una camioneta, seguidos de otra. La segunda desapareció de pronto y ocupó su lugar una tercera. Nos seguía, constante, a cien metros de distancia. Yo sentía la soledad y el silencio en un paisaje de planicies y montañas.

Por veredas y caminos sinuosos ascendimos una cuesta y de un instante a otro el universo entero dio un vuelco. Sobre una superficie de tierra apisonada y bajo un techo de troncos y bejucos, habíamos llegado al refugio del capo, cotizada su cabeza en millones de dólares, famoso como "El Chapo" y poderoso como el colombiano Escobar, en sus días de auge zar de la droga.

Ismael Zambada me recibió con la mano dispuesta al saludo y unas palabras de bienvenida:

-Tenía mucho interés en conocerlo.

-Muchas gracias-, respondí con naturalidad.

Me encontraba en una construcción rústica de dos recámaras y dos baños, según pude comprobar en los minutos que me pude apartar del capo para lavarme. Al exterior había una mesa de madera tosca para seis comensales y bajo un árbol que parecía un bosque, tres sillas mecedoras con una pequeña mesa al centro. Me quedó claro que el cobertizo había sido levantado con el propósito de que el capo y su gente pudieran abandonarlo al primer signo de alarma. Percibí un pequeño grupo de hombres juramentados.

A corta distancia del narco, los guardaespaldas iban y venían, a veces los ojos en el jefe y a ratos en el panorama inmenso que se extendía a su alrededor. Todos cargaban su pistola y algunos, además, armas largas. Dueño de mí mismo, pero nervioso, vi en el suelo un arma negra que brillaba intensamente bajo un sol vertical. Me dije, deliberadamente forzada la imagen: podría tratarse de un animal sanguinario que dormita.

-Lo esperaba para que almorzáramos juntos-, me dijo Zambada y señaló la silla que ocuparía, ambos de frente.

Observé de reojo a su emisario, las mandíbulas apretadas. Me pedía que no fuera a decir que ya habíamos desayunado.

Al instante fuimos servidos con vasos de jugo de naranja y vasos de leche, carne, frijoles, tostadas, quesos que se desmoronaban entre los dedos o derretían en el paladar, café azucarado.

-Traigo conmigo una grabadora electrónica con juego para muchas horas-, aventuré con el propósito de ir creando un ambiente para la entrevista.

-Platiquemos primero.

Le pregunté al capo por Vicente, Vicentillo.

-Es mi primogénito, el primero de cinco. Le digo "Mijo". También es mi compadre.

Zambada siguió en la reseña personal:

-Tengo a mi esposa, cinco mujeres, quince nietos y un bisnieto. Ellas, las seis, están aquí, en los ranchos, hijas del monte, como yo. El monte es mi casa, mi familia, mi protección, mi tierra, el agua que bebo. La tierra siempre es buena, el cielo no.

-No le entiendo.

-A veces el cielo niega la lluvia.

Hubo un silencio que aproveché de la única manera que me fue posible:

-¿Y Vicente?

-Por ahora no quiero hablar de él. No sé si está en Chicago o Nueva York. Sé que estuvo en Matamoros.

-He de preguntarle, soy lo que soy. A propósito de su hijo, ¿vive usted su extradición con remordimientos que lo destrocen en su amor de padre?

-Hoy no voy a hablar de "Mijo". Lo lloro.

-¿Grabamos?

Silencio.

-Tengo muchas preguntas-, insistí ya debilitado.

-Otro día. Tiene mi palabra.

Lo observaba. Sobrepasa el 1.80 de estatura y posee un cuerpo como una fortaleza, más allá de una barriga apenas pronunciada. Viste una camisa verde cerrada al cuello y sus pantalones de mezclilla azul mantienen la línea recta de la ropa bien planchada. Se cubre con una gorra y el bigote recortado es de los que sugieren una sutil y permanente ironía.

-He leído sus libros y usted no miente-, me dice.

Detengo la mirada en el capo, los labios cerrados.

-Todos mienten, hasta Proceso. Su revista es la primera, informa más que todos, pero también miente.

-Señáleme un caso.

-Reseñó un matrimonio que no existió.

-¿El del Chapo Guzmán?

-Dio hasta pormenores de la boda.

-Sandra Ávila cuenta de una fiesta a la que ella concurrió y en la que estuvo presente "El Chapo".

-Supe de la fiesta, pero fue una excepción en la vida del "Chapo". Si él se exhibiera o yo lo hiciera, ya nos habrían agarrado.

-¿Algunas veces ha sentido cerca al Ejército?

-Cuatro veces. "El Chapo" más.

-¿Qué tan cerca?

-Arriba, sobre mi cabeza. Huí por el monte, del que conozco los ramajes, los arroyos, las piedras, todo. A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido, como al Chapo. Para que hoy pudiéramos reunirnos, vine de lejos. Y en cuanto terminemos, me voy.

-¿Teme que lo agarren?

-Tengo pánico de que me encierren.

-Si lo agarraran, ¿terminaría con su vida?

-No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría.

Advierto que el capo cuida las palabras. Empleó el término arrestos, no el vocablo clásico que naturalmente habría esperado.

Zambada lleva el monte en el cuerpo, pero posee su propio encierro. Sus hijos, sus familias, sus nietos, los amigos de los hijos y los nietos, a todos les gustan las fiestas. Se reúnen con frecuencia en discos, en lugares públicos y el capo no puede acompañarlos. Me dice que para él no son los cumpleaños, las celebraciones en los santos, pasteles para los niños, la alegría de los quince años, la música, el baile.

-¿Hay en usted espacio para la tranquilidad?

-Cargo miedo.

-¿Todo el tiempo?

-Todo.

-¿Lo atraparán, finalmente?

-En cualquier momento o nunca.

Zambada tiene sesenta años y se inició en el narco a los dieciséis. Han transcurrido cuarenta y cuatro años que le dan una gran ventaja sobre sus persecutores de hoy. Sabe esconderse, sabe huir y se tiene por muy querido entre los hombres y las mujeres donde medio vive y medio muere a salto de mata.

-Hasta hoy no ha aparecido por ahí un traidor-, expresa de pronto para sí. Lo imagino insondable.

-¿Cómo se inició en el narco?

Su respuesta me hace sonreír.

-Nomás.

-¿Nomás?

Vuelvo a preguntar:

-¿Nomás?

Vuelve a responder:

-Nomás.

Por ahí no sigue el diálogo y me atengo a mis propias ideas: el narcotráfico como un imán irresistible y despiadado que persigue el dinero, el poder, los yates, los aviones, las mujeres propias y ajenas con las residencias y los edificios, las joyas como cuentas de colores para jugar, el impulso brutal que lleve a la cúspide. En la capacidad del narcotráfico existe, ya sin horizonte y aterradora, la capacidad para triturar.

Zambada no objeta la persecución que el gobierno emprende para capturarlo. Está en su derecho y es su deber. Sin embargo, rechaza las acciones bárbaras del ejército.

Los soldados, dice, rompen puertas y ventanas, penetran en la intimidad de las casas, siembran y esparcen el terror. En la guerra desatada encuentran inmediata respuesta a sus acometidas. El resultado es el número de víctimas que crece incesante. Los capos están en la mira, aunque ya no son las figuras únicas de otros tiempos.

-¿Qué son entonces?-, pregunto.

Responde Zambada con un ejemplo fantasioso:

-Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió.

-¿Nada, caído el capo?

-El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí.

A juicio de Zambada, el gobierno llegó tarde a esta lucha y no hay quien pueda resolver en días problemas generados por años. Infiltrado el gobierno desde abajo, el tiempo hizo su "trabajo" en el corazón del sistema y la corrupción se arraigó en el país. Al Presidente, además, lo engañan sus colaboradores. Son embusteros y le informan de avances, que no se dan, en esta guerra perdida.

-¿Por qué perdida?

-El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción.

-Y usted, ¿qué hace ahora?

-Yo me dedico a la agricultura y a la ganadería, pero si puedo hacer un negocio en los Estados Unidos, lo hago.

Yo pretendía indagar acerca de la fortuna del capo y opté por valerme de la revista "Forbes" para introducir el tema en la conversación.

Lo vi a los ojos, disimulado un ánimo ansioso:

-¿Sabía usted que "Forbes" incluye al Chapo entre los grandes millonarios del mundo?

-Son tonterías.

Tenía en los labios la pregunta que seguiría, ahora superflua, pero ya no pude contenerla.

-¿Podría usted figurar en la lista de la revista?

-Ya le dije. Son tonterías.

-Es conocida su amistad con "El Chapo" Guzmán y no podría llamar la atención que usted lo esperara fuera de la cárcel de Puente Grande el día de la evasión. ¿Podría contarme de qué manera vivió esa historia?

-"El Chapo" Guzmán y yo somos amigos, compadres y nos hablamos por teléfono con frecuencia. Pero esa historia no existió. Es una mentira más que me cuelgan. Como la invención de que yo planeaba un atentado contra el Presidente de la República. No se me ocurriría.

-Zulema Hernández, mujer de "El Chapo", me habló de la corrupción que imperaba en Puente Grande y de qué manera esa corrupción facilitó la fuga de su amante. ¿Tiene usted noticia acerca de los acontecimientos de ese día y cómo se fueron desarrollando?

-Yo sé que no hubo sangre, un solo muerto. Lo demás, lo desconozco.

Inesperada su pregunta, Zambada me sorprende:

-¿Usted se interesa por el Chapo?

-Sí, claro.

-¿Querría verlo?

-Yo lo vine a ver a usted.

-¿Le gustaría...?

-Por supuesto.

-Voy a llamarlo y a lo mejor lo ve.

La conversación llega a su fin. Zambada, de pie, camina bajo la plenitud del sol y nuevamente me sorprende:

-¿Nos tomamos una foto?

Sentí un calor interno, absolutamente explicable. La foto probaba la veracidad del encuentro con el capo.

Zambada llamó a uno de sus guardaespaldas y le pidió un sombrero. Se lo puso, blanco, finísimo.

-¿Cómo ve?

-El sombrero es tan llamativo que le resta personalidad.

-¿Entonces con la gorra?

-Me parece.

El guardaespaldas apuntó con la cámara y disparó.

proceso

Contra(comunicado):

Como decía Henry David Thoreau, "No pido inmediatamente que no haya gobierno, sino inmediatamente un gobierno mejor". El orígen de Medios y política fue el fraude electoral del 2006: nació La República de la Televisión y la programa(ción) se volvió dicta(dura): un monopolio opinativo de Tercer Grado. Aquí en 'Medios y política' están las evidencias comunicacionales que sostienen nuestra tésis: Felipe Calderón no ganó las elecciones; la oligarquía lo impuso mediante un fraude para auto(comprarse) lo que queda de México. Y lo repitieron imponiendo a Enrique Peña Nieto en el 2012. Por eso pedimos lo posible: que se restaure La República.

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