Rossana Reguillo
En el México de hoy azotado por violencias de diversa índole y calibre, el paisaje sociopolítico no podría ser más desolador y más preocupante; de poco sirve pensar que “hemos tocado fondo” y que por lo tanto en una especie de compensación, más mítica que histórica, a la oscuridad le sigue (siempre) un periodo de luz. El pensamiento mágico delega, pospone, proyecta hacia delante prescindiendo de los “datos”. La “felizología” como filosofía de Estado, se convierte en conjuro repetido para exorcizar la realidad. Y, mientras tanto, los “episodios” en el que cada uno parece ser el “último”, el “definitivo”, el “ahora sí, ya basta”, siguen siendo considerados como “hechos aislados”, contingentes, espontáneos, explicación favorita y recurrente de (casi) todos los políticos y las políticas con independencia de su filiación partidista.
En este panorama, las violencias anudan un complicado tejido social en el que resulta extremadamente difícil “aislar” causas y consecuencias. Un alud de explicaciones, argumentaciones, justificaciones desciende velozmente sobre la atribulada “opinión pública”, que ya no logra distinguir lo duro de lo tupido y viceversa, obstaculizando las posibilidades de una necesaria y pausada reflexión que logre trascender las “causas eficientes” y colocar la mirada crítica en las “causas” o mejor, los procesos históricos que están a la base de muchas de las violencias sincopadas, caóticas, absurdas que configuran las texturas rugosas y malolientes de un cuerpo social enfermo que se niega a entender los síntomas.
Si a los Republicanos en los Estados Unidos, el terrorismo les ha venido como anillo al dedo para acrecentar su poder y justificar sus excesos domésticos y globales, en México el “narco” ha sido un recurso muy útil para mantener el precario equilibrio de una institucionalidad colapsada (por su propia corrupción e ineficacia); cuando el enemigo es ubicuo, todo poderoso (por más que lo sea), se fortalece la posibilidad de culparlo de todo, se trata de un enemigo “útil”. Vivimos los tiempos del “close up” y de las primicias en la barbarie y, abundan los medios de comunicación que nos muestran iterativamente los rostros de hombres que saben (antes que nadie) que van a morir. Enjuician, abundan en calificativos, asignan etiquetas, estereotipos, incendian a la “opinión pública”. Este es el tono principal de la llamada “guerra contra el narco”. El “sospechosismo” que se ha instalado como modo de relación entre los mexicanos y, la sospecha es una hermana del miedo y con frecuencia el miedo deriva en ira. Hay preguntas de fondo que requieren ser respondidas. De manera lenta pero eficaz, en el país de los “tiempos mejores están por venir”, como solía decir Vicente Fox, en el país de las “percepciones equivocadas”, como gusta de afirmar Felipe Calderón, el miedo ha ido expulsando al ciudadano y en esta sustitución de cuerpos, solo queda espacio para la víctima. La víctima es obligada a emprender una cruzada personal contra el monstruo (el vecino sospechoso, el extraño, aquel cuya vida no comprendo o cuyos actos no logro descifrar en tres segundos), el tejido social está deshilvanado, es constatable.
En una sociedad donde la falta de legitimidad y la desconfianza hacia las instituciones es más que un dato de la “encuestocracia” que nos habita, estimular la vigilancia (sobre el igual) y la delación (sobre el que asumo sospechoso), es un peligroso caldo de cultivo para lo que voy a llamar miedos “pre-hobbesianos” (apelando al famoso Leviatán, el Estado moderno de Hobbes) y sus consecuencias terribles. Hobbes advirtió hace mucho tiempo que las violencias que estuvieron a la base de la formación del estado moderno, no estaban fundadas en la diferencia, sino en la igualdad: “el temor que atenaza y conmueve a los seres humanos y que los induce a matarse entre sí, no proviene de las desigualdades y las diferencias; no se trata de guerras de los fuertes contra los débiles; de los valientes contra los cobardes o de los civilizados contra los bárbaros; no es una confrontación que se articule sobre las diferencias; es una guerra desatada por la igualdad, desarrollada por la igualdad y mantenida por ella”. Por ello, considero, que aunque todos debamos actuar ya de manera urgente, es y sigue siendo (hasta aviso en contrario), responsabilidad del Estado (y no del “policía que todos debemos llevar dentro”), restituir el sistema de equilibrios diferenciadores de una democracia moderna.
Si la imagen del poder formal está deteriorada y en creciente desprestigio, es posible suponer, por el conjunto de indicadores a la mano, que para enfrentar la incertidumbre, la vulnerabilidad y el desencanto, la gente está buscando (y encontrando) nuevas fuentes de certidumbre que van de lo mágico-religioso al “armamentismo”, la huida y la respuesta individual. Ciudad Juárez, Durango, Reynosa, son mucho más que casos aislados.
El poder mortal (pero crecientemente simbólico del narco) en la vasta geografía del país, se inscribe en un horizonte de futuros no deseados en los que crece no solamente el número de muertos, sino el número de incrédulos, un ejército de desesperanzados por el difuso malestar del momento: el vaciamiento de la política, de las instituciones. Pero no es la fatalidad, ni el clima expandido de linchamientos varios lo que podrá transformar este paisaje, sino, en todo caso, la posibilidad de asumir que volver inútil la opción por la violencia es una tarea centralmente política.
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Contra(comunicado):
Como decía Henry David Thoreau, "No pido inmediatamente que no haya gobierno, sino inmediatamente un gobierno mejor". El orígen de Medios y política fue el fraude electoral del 2006: nació La República de la Televisión y la programa(ción) se volvió dicta(dura): un monopolio opinativo de Tercer Grado. Aquí en 'Medios y política' están las evidencias comunicacionales que sostienen nuestra tésis: Felipe Calderón no ganó las elecciones; la oligarquía lo impuso mediante un fraude para auto(comprarse) lo que queda de México. Y lo repitieron imponiendo a Enrique Peña Nieto en el 2012. Por eso pedimos lo posible: que se restaure La República.
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