La legitimidad

Días después de que Felipe Calderón se robara la elección presidencial, la voz del pueblo respondió al latrocinio televisivo pidiendo certeza: "voto por voto, casilla por casilla". Fue el canto de la Resistencia a la imposición de una "imagen" como Presidente. En el corazón político de México, Andrés Manuel López Obrador le pidió a Felipe Calderón aceptara el recuento de los votos en aras de la legitimidad necesaria para gobernar, porque –se le advirtió– la mancha de un fraude no se limpia ni con el agua de todos los océanos. No aceptó. El Emperador ya había dado órdenes: corromper a los tribunales electorales, y ganar la legitimidad en el ejercicio excesivo del poder. Ahí están los resultados: los precios de la canasta básica en el cielo, índice de crecimiento económico por debajo de Haití, el peso reventado hasta catorce setenta por un dolar, y los más altos índices de violencia desde la época de la Revolución.

El caos es producto de la ilegitimidad de quien actúa a diario que gobierna, pero no tiene a quién gobernar. ¿Qué credibilidad puede tener un ladrón electoral que no respetó mi voto, el de mi familia, el de mis amigos y el de los mexicanos que decidimos decirle no a la derecha extranjerizante, militarista neoliberal? Ninguna. Cuando el poder no ve ni escucha las emociones populares, se autodestruye:

se están autodestruyendo.

Triunfaremos.