1. Un presidente débil, producto de un fraude electoral, manejado por los factores reales de poder e incapaz de cumplir con las operaciones políticas que son básicas para gobernar, cambió (provisionalmente) su suerte a partir de lo sucedido un 11 de septiembre en las Torres Gemelas de Nueva York.
2. El derrumbe de las citadas torres permitió a ese gobernante convocar a los ciudadanos a cerrar filas en función de un patriotismo exacerbado e instalar un paredón cívico para quienes en esas condiciones de extremo peligro pretendieran criticar las políticas oficiales guerreras. En aras de presuntos valores supremos, los medios de comunicación se sometieron a los dictados oficiales, las libertades civiles fueron reducidas y se establecieron leyes que permitieron la vigilancia y espionaje a discreción de particulares considerados “sospechosos” o poco patriotas a ojo de los nuevos poderes plenipotenciarios.
3. Muchos años después, habiendo empeñado declaraciones y “toda la fuerza del Estado” en la búsqueda del supuesto organizador de esos atentados, las muertes y los daños siguen sin castigo real, en medio de dudas crecientes, libros documentados y estudios sesudos que plantean la posibilidad de que, como en otros momentos de la historia de Estados Unidos, se hubieran fabricado escenarios violentos que abrieran paso a las pretensiones de la elite guerrera de declarar guerras o precipitar intervenciones armadas, reactivar su economía y en especial la industria bélica y, con la instalación de un enemigo externo supuestamente muy peligroso, forzar procesos políticos de unificaciones y controles que permitieran a los presidentes en turno cumplir con agendas o compromisos de altísimo nivel económico.
4. En México, hasta ahora, las bandas de narcotraficantes procuraban no afectar a quienes no estuvieran involucrados en un negocio declaradamente peligroso. Lanzar granadas en una fiesta histórica de máxima estima y someter a civiles inocentes a los horrores de una “guerra” significaría un cambio inexplicable en la estrategia de los cárteles que más bien se han esmerado en crear una base social de apoyo e incluso, en el propio Michoacán, han llegado a plantear tesis elementales de depuración social, como lo ha hecho el grupo llamado Gente Nueva, dedicado especialmente a combatir a Zetas en expansión territorial y que en mensajes dejados junto a sus víctimas hablan de luchar “Por un México limpio” y critican los excesos de quienes no respetan una especie de código básico de honor del “buen” criminal. En un proceso acelerado de perversión de valores, los capos y sus bandas son tenidos en ciertas regiones del país y gracias a expresiones culturales de las que destaca la musical, como héroes caracterizados por la valentía, el cumplimiento de la palabra, el reto y combate de las malas autoridades y, en diferentes formatos, una “gallardía” que no lleva a matar inocentes, mucho menos de manera masiva ni en el curso de una celebración compartida.
5. El supuesto giro inexplicable en la estrategia de bandas de narcos ha permitido de inmediato la instalación de formas gubernamentales de violencia declarativa, llenas de adjetivaciones simplistas con las que se busca mostrar enojo sublime, vehemencia penal, silla eléctrica oratoria. Con esas ráfagas retóricas se exterminan las posibilidades analíticas y críticas: todo aquel que no esté decidida, expresa e incondicionalmente con Felipe Calderón, el gobierno federal y sus políticas de “guerra contra el narcotráfico” pasa a ser considerado sin mayor trámite como un traidor a la patria (curioso espejo discursivo en que el acusado de vender y entregar al país devuelve la etiqueta a sus acusadores). De la criminalización de la protesta social a la traicionalización (que la virgen de la lengua perdone tan horrible neologismo) de la disidencia. Como en cualquier dictadura de medio pelo, el detentador del poder determina desde las alturas blindadas quién ha caído en el delito imperdonable de la “traición” a la patria. Para no caer en tan punible condición, el ciudadano común y corriente debe cerrar filas, traducido esto en cerrar la boca, los ojos y los oídos para dejarse llevar por lo que impongan los sustitutos de su conciencia y criterio, el Big Brother vestido de fiestas patrias ensangrentadas.
6. En medio de esas sospechosas Torres Tarascas caídas se acomodan algunos intereses menores pero muy oportunos. Leonel Godoy camina políticamente pasmado, caballerango de las haciendas lazarillas desde tiempo atrás tocadas –dominadas– por los intereses del poder real en Michoacán, heredero del aparato gubernamental para cuidar las espaldas del antecesor ahumado bien arreglado con los dueños de El circo regional. El paisano Felipe, que al instalarse en Los Pinos decía que a Michoacán le iría “bien, muy bien” durante su administración, se asoma al escenario bélico junto con la señora Margarita, entre pequeñas dosis de declaraciones y promesas de justicia. Y el fantasmal secretario de joder nación que atenta contra sí mismo al pedir todo el rigor de la ley contra los enemigos de México, contento como está de haber ido a Dolores Hidalgo a dar El Grito sin que la audiencia se le sublevara al recuerdo del exhorto histórico de don Miguel “a coger gachupines”.
7. Haiga sido como haiga sido lo de Morelia, los hechos favorecen también las políticas estadunidenses de injerencia en los asuntos mexicanos (no sólo los relacionados con el narcotráfico, pero sí con estos como meridense Iniciativa de Troya) y ayudarán al felipismo a conseguir mayor presupuesto para la escalada policiaca y militar que pretende sostener. Y ya con ésta se despide, por hoy, este tecleador que por andar escribiendo sobre la diaria novela negra nacional ha dejado inconclusa su lectura de una historia en la que, para dar con los culpables, bastaba con seguir las pistas de los beneficios... ¡Hasta mañana, mientras, entre el humo de otros escándalos, se desliza la aprobación de los combos radiofónicos que son pago adelantado por favores electorales pasados y venideros!
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