Salvador García Soto
Herencia de los cien días que marcaron la caída final de Napoleón Bonaparte, la costumbre de aprovechar la primera centena como lapso para evaluar el arranque de un gobier- no, es práctica común en la política mundial. Los pri- meros cien días de la Presidencia de Felipe Calderón se cumplen este sábado. No hay logros concretos en la solución de los grandes problemas nacionales, pero sí una efectiva estrategia político-mediática que genera, en un sector importante de la población, una percep- ción favorable a la administración calderonista, consignada en las encuestas. Si se hace una rápida evaluación de lo hecho por Calderón en este lapso, en la parte positiva se verán muchos anuncios espectaculares —algunos aún no aterrizados— en temas sensibles: programas de becas escolares, empleo juvenil, cobertura universal de salud para recién nacidos y hasta incentivos al empleo de ancianos. En lo político se encuentra uno de los mayores activos del gobierno calderonista. A diferencia de su antecesor, Calderón ha demostrado estos cien días tener una visión política y de Estado de la que carecía Fox. El trabajo de los operadores del régimen se ha hecho sentir en la relación con el Congreso y con los partidos opositores, marcadamente con el PRI.
Lo negativo tiene que ver con el pésimo manejo que tuvo el gabinete económico —con Eduardo Sojo a la cabeza— en el tema del incremento al precio de la tortilla; una crisis que, aunque han logrado atenuar, exhibió en un primer momento la insensibilidad social que acusan los gobiernos del PAN. Pero de todo lo que ha hecho en esta centena, la imagen que prevalece es la de un Presidente recargado en el Ejército y que hizo de los militares su principal apoyo para transitar en el complicado arranque del sexenio.
Calderón con generales del Ejército; Calderón vistiendo el uniforme militar; Calderón encabezando a la milicia metida al combate a la inseguridad y al narcotráfico. Es tal su cercanía y su necesidad de verse flanqueado por los militares, que Felipe Calderón olvidó en estos cien días lo que pensaba hace 10 años, cuando era presidente del PAN, sobre el Ejército y su involucramiento en tareas de seguridad pública.
El 20 de febrero de 1997, en un discurso que pronunció en Santiago de Chile durante una reunión de la Organización de Partidos Democratacristianos de América (ODCA), Calderón fue lapidario en su crítica al gobierno de Ernesto Zedillo por utilizar a los militares en labores se seguridad: “Al Ejército lo están sacando de los cuarteles, primero por razones externas, como es el caso de la guerrilla, y ante la situación de debilidad del gobierno, de falta de conducción y de rumbo. Están surgiendo tentaciones autoritarias que, indudablemente, hay que combatir”.
Ese discurso duro contra el uso político de las fuerzas armadas, lo repetiría después Felipe Calderón en el país. El 19 de abril del 97, en Acapulco, Guerrero, en los días posteriores a la aparición del EPR, el dirigente del PAN volvía a la carga: “Se ha abusado en el país de la institución militar. Porque puede justificarse la presencia militar, particularmente habiendo una irrupción armada, pero esa presencia debe ser transitoria… El mayor exceso es que se ha comprometido la presencia de las fuerzas armadas en funciones que corresponden a la autoridad civil”, decía entonces Calderón.
Una vez más, el 31 de julio del 97, el aguerrido líder panista retomaba sus críticas: “Que el Ejército cumpla sólo las labores que la Constitución le asigna”, declaraba en Morelia, Michoacán. “Es una situación sumamente riesgosa, a la que hay que hacerle frente mediante la modernización de los cuerpos policíacos y la renovación de los mandos políticos”.
Difícil de creer y más de entender que sea el mismo político que hoy aparece rodeado de militares. Una década y cien días después, una frase de Felipe Calderón de aquel discurso crítico del 97, puede ayudar a explicar un cambio tan radical de posiciones: “Al Ejército lo están sacando de los cuarteles (…) ante la situación de debilidad del gobierno”.
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