Felipe Calderón declaró ayer en San Salvador que América Latina no debe regresar a regímenes autoritarios, cuando México, el país que se supone que gobierna, está viviendo una extraña militarización de su vida civil y política, --como nunca antes en la historia contemparánea--. Y por muy institucional que sea el ejército, un gobierno civil que se apoya en las fuerzas armadas para gobernar, es un gobierno autoritario, porque así se manejan los militares: cumpliendo órdenes en estricta verticalidad.
Y como todo lo que tocan los panistas, han convertido al ejército en producto de agencia publicitaria con tal de mandar el mensaje de que Calderón tiene el apoyo de alguien, aunque sea de los hombres de verdeolivo, a quienes como parte de la estrategia del mercadeo político, sacan en televisión simulando operaciones de seguridad o como figuras decorativas para rodear y apapachar, --en formación de estrella--, a las Chivas Rayadas del Guadalajara.
Y como prueba de su doble discurso, Calderón comentó:“no es lo relevante la orientación de un gobierno, si es de izquierda o si es de derecha, lo relevante, es que el pueblo pueda decidir quienes son sus gobernantes”. Precisamente, lo que él y su pandilla de cuello blanco no permitieron en México.
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