La salud de una República se puede medir por el nivel de veracidad de la información pública que su sociedad consume. Es decir, tenemos una enfermedad crónica. Lo que hemos vivido en México desde la instauración del neoliberalismo en 1982, ha sido la producción y consumo de política ficción, género donde la realidad es trastornada de manera encubierta por la ficción que, al transmitirse por televisión, un medio que la población en el inconsciente le asigna verdad, se establece como realidad una ficción. Hemos visto los casos más absurdos: el “chupacabras” en el salinismo, los balseros que se perdieron meses en el mar y regresaron “gorditos” después del fraude electoral del 2006, y, ahora en la segunda elección fraudulenta, los “perros asesinos” de Iztapalapa.
En el mundo del revés en que vivimos,
toda una sociedad es engañada por los que administran las instituciones
del estado y las televisoras —actualmente por encima de las
instituciones—, y no pasa nada. En la Academia del Revés, los del IFE
tienen postdoctorado. Todo México vio en las calles los “espectaculares”
gastos de EPN, se demostró ante los ciegos consejeros que hasta
animales intercambió el PRI por los votos que sirvieron para “cuadrar”
el fraude presidencial de 2012 y según la unidad de fiscalización del
IFE, cantando una ópera de cinismo político, el que superó los topes de
campaña ¡fue AMLO!
Explota el 31 de enero la parte baja del
edificio B-2 del complejo administrativo de Pemex en la Ciudad de
México, y cuatro días después no se tenía una versión oficial del hecho.
Dijeron los voceros televisivos, “no se vale especular”, sabiendo que
ante un vacío de comunicación oficial o ante versiones inverosímiles
como la de Carlos Marín (la implosión), el hueco informativo se llenaría
de especulaciones, versiones periodísticas o cualquier otra fuerza que
aportara datos a la incertidumbre, como lo han llenado últimamente las
redes sociales. Ese caos provocado, beneficia al “sospechosismo” (se
destruyeron archivos de la corrupción de Pemex) y a los planes
privatizadores del priísmo, que en pocas semanas de (des)gobierno, se
muestra —como Calderón— totalmente arrodillado ante los poderes
extranjeros, a los que, utilizando la tragedia, les intentarán regalar
“vendido” el petróleo.
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