Por: Sergio H. Brown Figueredo
Pocas son las herramientas de vigilancia ciudadana que legó a los mexicanos el neoliberalismo. Existen algunas unidades de transparencia
en ayuntamientos o estados, así como el propio Instituto Federal al
Acceso a la Información (IFAI), pero lejos de actuar de manera
independiente y autónoma, reprodujeron los vicios de la burocracia
jurásica y aprendieron a darle vueltas a las peticiones ciudadanas de
información, o, en los casos determinantes, a reservarla por motivos de
“seguridad nacional”. Como casi todo en el neoliberalismo, hicieron de
la transparencia una trampa, una doble cara, al grado que
Enrique Peña Nieto anunció como primer anzuelo de gobierno una Comisión
Nacional Anticorrupción presidida por él (un dos tres por él) y por
todos sus amigos.
El periodismo ético es la cancha natural del uso y explotación de las herramientas de transparencia,
pero gracias a los arreglos cupulares entre la clase política
empresarial y los medios masivos de comunicación, no termina por bajar a
la opinión pública el cómo y en qué gastan los administradores del
Estado nuestro dinero, –o en qué despilfarran lo que no les pertenece–, y
cuando se sabe, por más grave que sea el fallo, no pasa de las olas
mediáticas o de la indignación popular, pero no se sanciona o no se
remueve al funcionario público corrupto, quien después tiene que andar
saltando como chapulín de un puesto a otro para mantener “sueldo” y la
impunidad.
Al encontrar el hilo del “no pasa nada”,
la clase política neoliberal se volvió cínica e hipócrita: celebran
fiestas brindando con champagne, remodelan las casas de gobierno como hoteles en Las Vegas,
son dueños de mansiones, y endeudan a los estados con millones que usan
ellos pero no pagarán ellos, y nadie toca a nadie en la transnacional
corporativa neoliberal. Por ejemplo la Auditoría Superior de la
Federación, que depende del Congreso de la Unión, enuncia cada año los
daños millonarios al erario que provocan las irregularidades del
gobierno federal, pero no pasa de ser un canto moral. Los viejos
políticos que la crearon no le asignaron capacidades para sancionar y
por eso los más gordos peces neoliberales siguen hoy nadando en la
piscina del erario.
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