estéticade la discriminación es parte de la estrategia paramilitar, que no se trata simplemente de un proyecto armado de guerra sucia, sino de la consolidación de un modelo de sociedad. Ante la mirada cómplice de muchos –incluidos empresarios, políticos, parlamentarios y miembros del Poder Judicial– y la pasividad de las mayorías, los cuerpos seccionados, degollados, lacerados con sevicia, colgados de los puentes, buscan garantizar la eficacia simbólica del mensaje enviado al colectivo social: la alteración del cuerpo del enemigo, en función del sometimiento de la población civil al control y la subordinación, a través del miedo, como principio operativo.
El paramilitarismo no es un actor independiente, a la manera de una
tercera fuerzaque actúa con autonomía propia. A partir de la experiencia histórica podría conjeturarse que la actual guerra sucia está en manos de una élite criminal, que agrupa a miembros de los servicios de inteligencia, militar y policial, bajo el mando de jefes de zona institucionales, que practican un desdoblamiento funcional.
El Informe Sábato (1983) sobre el caso argentino alude a la nocturnidad como una característica del momento de la detención-desaparición, y revela que mientras algunos oficiales y suboficiales dormían en sus domicilios o en los casinos militares, la tropa lo hacía en las cuadras y las
patotassalían a
operar, secuestrar y saquear (botín de guerra),
tabicandoa las víctimas. En el piso o baúl de los Falcon sin placas, los prisioneros ingresaban luego a
las tumbas(los centros clandestinos de detención). Con el nuevo día, todos recuperaban su rostro angelical, disponiendo en sus unidades el patrullaje en las zonas urbanas y el control de rutas.
La mecánica, que con variantes podría estar reproduciéndose en México a plena luz del día –como parece exhibir el caso de Boca del Río, en una zona bajo control militar de la Marina–, era sencilla: cuando alguna de las fracciones que componían una unidad militar participaba en un procedimiento, el personal armado, vistiendo uniforme de campaña y transportado en vehículos reglamentarios perfectamente identificados, rodeaba una zona urbana como apoyo para que miembros de la patota criminal, de civil, se introdujera con plena impunidad en el domicilio (
blanco) de la víctima. Después, la sección uniformada regresaba al cuartel, y en tanto los Falcon ingresaban a
las tumbas(por lo general una instalación no militar) para el macabro festín del ritual, los jefes informaban a sus superiores
misión cumplida.
En La Jornada.
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