Mientras permanecen intocadas las estructuras patrimoniales y financieras de los cárteles de la economía criminal, el poder militar crece y se expande por todo el territorio mexicano. En un aparente contrasentido, a la vez que se profundiza la anticonstitucional intervención del Ejército en tareas de
seguridad interior, se multiplican los grupos paramilitares de
autodefensay las guardias privadas. Con un dato irrefutable: a mayor militarización, mayor violencia.
Los expertos ponen el Operativo Conjunto Chihuahua, bajo el mando del general Jesús Espitia, como emblema del fracaso de Felipe Calderón en su guerra
contra el crimen. Pero podríamos estar asistiendo a un fenómeno diferente. La extrema derecha utiliza el miedo cuando está desarmada y el terror cuando está armada. Y, como en toda propuesta autoritaria de rasgos neofascistas, lo paradójico es que la inconformidad contra el orden existente se manipula demagógicamente para consolidarlo y perpetuar así la miseria, la exclusión política y la violencia. La lógica es la misma de siempre: se trata de inflar al enemigo –los judíos, los negros, los comunistas, los subversivos, los indios– para canalizar en su contra los propósitos más reaccionarios generados por las contradicciones de clase y la crisis social y política.
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Según el gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza, no es casualidad: es parte de la guerra entre grupos criminales
. Así, a la política del acostumbramiento se suma ahora la de la normalidad
. Y como las matanzas son normales
entre ellos (los inde-seables
), el Estado justifica los crímenes y se lava las manos. Al fin y al cabo no son humanos. Sólo que Gustavo de la Rosa, de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Chihuahua, estima en más de 300, tal vez 500
, los jóvenes ejecutados en la entidad en actos de limpieza
o discriminación por motivos de condición social. El diputado local Víctor Quintana lo atribuye a escuadrones de la muerte dedicados a exterminar
adictos.
[...]
El paramilitarismo forma parte del proceso de institucionalización del orden autoritario. Su función es exterminar opositores y/o a la escoria social
y paralizar con el terror al movimiento de masas, conservando al mismo tiempo las formas legales y representativas caducas al hacer clandestina la represión estatal. La estética
de la discriminación es parte de la estrategia paramilitar, que no se trata simplemente de un proyecto armado de guerra sucia, sino de la consolidación de un modelo de sociedad. Ante la mirada cómplice de muchos y la pasividad de las mayorías, los cuerpos seccionados, mutilados, lacerados con sevicia, buscan garantizar la eficacia simbólica del mensaje enviado al colectivo social: la alteración del cuerpo del enemigo, en función del sometimiento de la población civil al control y la subordinación, a través del miedo, como principio operativo.
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