No existe humano en el orbe con el poder y la legitimidad política de Barack Obama. Cuenta con el aval del pueblo estadounidense que al elegirlo se manifestó en contra del peor período presidencial al que se hayan enfrentado nunca: el de George Walker Bush, rostro de la dictadura global del miedo, genocida, especialista en simulacros e inventor de guerras, catástrofes y gobiernos títere. Barack Obama –en el marco del G-20– tuvo un limpio acierto de política exterior: no reunirse con Felipe Calderón Hinojosa, no "saludar" al señor que se robó la voluntad del pueblo de México a la sombra de la armadura y la espada del presidente más repudiado de la humanidad.
¿O qué pensó el Santa Annita? ¿Que apoyar a John McCain en las elecciones no tenía riesgo alguno? ¿O que mostrarse como un empleado de las compañías petroleras no lesiona su imagen internacional? Que el déspota haya sido tratado como déspota en su visita a Washington –no se le otorgó su 'foto'– es una derrota para el gobierno de facto y el posible portal hacia su máximo descrédito: no ser reconocido como un interlocutor válido por su condición de pelele del genocida más atroz que nos heredó el Siglo XX. Es la hora del parto del XXI.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario