Inminente, una esclavitud moderna, advierte la autora de "El horror económico".
Viviane Forrester exhibe la tragedia de la economía globalizada: "Millones de hombres ya no sirven ni siquiera para ser explotados"
Anne Marie Mergier
—Como usted misma lo anuncia, en su libro lleva la lógica de esa economía de mercado mundializado hasta sus últimas consecuencias. Afirma: "En Europa, según la élite económico-política, la exclusión de millones de seres humanos considerados como ya inexplotables sigue costando caro". Y luego, lanza preguntas inquietantes: "¿Cuál será el próximo paso? ¿Su eliminación?"
—No olvide lo que pasó en los años cuarenta. Si alguien se hubiera atrevido a prever los campos de exterminio nazis, todo el mundo lo hubiera calificado de loco. Inclusive cuando se empezó a filtrar la información, nadie la creyó. Pues esa barbarie ocurrió. Lo que planteo en el libro es lo siguiente: Si los amos de la economía mundial persisten en la vida que nos imponen actualmente, tarde o temprano llegarán a preguntarse qué hacer con todos estos hombres absolutamente superfluos. No hay de otra. Mientras estemos en democracia esa interrogante se queda en el campo de la paranoia. ¿Pero qué pasará si la ultraderecha toma el poder? ¿Usted lo ve imposible?>>>
Fragmentos de El horror económico, de Viviane Forrester.
Trabajo:
"Vivimos en un engaño magistral, en un mundo desaparecido que nos empeñamos en no reconocer como tal, y que las políticas artificiales pretenden perpetuar. Millones de destinos resultan devastados, aniquilados por ese anacronismo basado en estratagemas obstinadas cuya meta es dar por imperecedero nuestro tabú más sagrado: el del trabajo. Desviado bajo la forma perversa de empleo, el trabajo es el fundamento de la civilización occidental, la cual impone su ley a todo el planeta. Se confunde tanto con ella que en el momento en que se volatiliza, su arraigo y su evidencia nunca se cuestionan oficialmente, y menos aún su necesidad. ¿Acaso el trabajo no rige toda distribución y, por tanto, toda sobrevivencia? Los enmarañados intercambios que genera nos parecen tan indiscutiblemente vitales como la circulación de la sangre. Pero ese trabajo, considerado como nuestro motor natural, se ha convertido hoy en una entidad desprovista de sustancia. Nuestros conceptos del trabajo y, por tanto, del desempleo, a partir de los cuales se articula —o pretende articularse— la política, se han vuelto ilusorios, y nuestras luchas en torno a ellos tan alucinadas como las de El Quijote contra sus molinos. Pero seguimos planteando siempre las mismas preguntas fantasmas que, como muchos ya lo saben, no tendrán respuesta alguna, salvo el desastre de vidas que ese silencio destroza. Y todo el mundo se olvida de que cada una de esas vidas representa un destino."
"¿En qué sueño se nos mantiene cuando se nos dice que podremos salir de estas crisis y escapar a la pesadilla? ¿Cuándo tomaremos conciencia de que no se trata de una crisis, ni de varias crisis, sino de una mutación, y que esa mutación no es la de una sociedad, sino la muy brutal de una civilización? Entramos ya en una era nueva sin siquiera poder pensarla, sin admitir ni percibir siquiera que la era anterior desapareció (...) Así mantenemos lo que se ha vuelto un mito, el más augusto que haya: el mito de ese trabajo ligado a todos los engranajes íntimos o públicos de nuestras sociedades. Prolongamos con desesperación intercambios cómplices hasta en su hostilidad, rutinas grabadas en lo más hondo de nosotros mismos, un estribillo repetido miles de veces en familia —una familia rota, pero ansiosa de recordar su antigua convivencia y las huellas de un denominador común, de una especie de comunidad que fue, sin embargo, fuente y campo de las peores discordias, de las peores infamias—. ¿Podríamos definir esa comunidad desvanecida como una suerte de patria? ¿Podríamos decir que mantenemos artificialmente con ella un lazo orgánico tan fuerte que preferimos cualquier desastre a la lucidez, a la constatación de la pérdida, cualquier riesgo a la percepción y a la conciencia de la extinción de lo que fue nuestro medio?"
"Nada debilita tanto, nada paraliza tanto como la vergüenza. La vergüenza altera a la raíz, deja sin resorte, condena a quienes la sienten a volverse presas. De allí que los poderes acudan a ella o la impongan. La vergüenza permite mandar sin toparse con oposición alguna y transgredir la ley sin temer protestas. Es la vergüenza la que crea los callejones sin salida, impide toda resistencia, lleva a renunciar al análisis lúcido, a la desmitificación de la situación y a la posibilidad de enfrentarla. La vergüenza distrae de todo lo que podría permitir rechazar el oprobio y exigir un enfoque político real del presente. Es ella la que permite la explotación de esa resignación y del pánico que contribuye a crear."
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