"El presidente Felipe Calderón dijo, refiriéndose a quienes tomaron las tribunas: “…comportamientos que simple y sencillamente los ponen en ridículo”. La mayoría de los observadores independientes, cada vez menos, lo calificaron de exabrupto. Nadie consideró que los presidentes, humanos al fin, reaccionan a veces, aunque por su investidura y poder no debieran, como cualquier mortal contrariado. La toma de tribunas impidió la aprobación a trompa talega de la reforma petrolera, cronometrada para exhibirla, como clavel en el ojal, durante la reunión de tres jefes de estado en Nueva Orleáns; obligó a someterla a estudio y discusión, alertó a millones de mexicanos malévolamente (des) informados, despertó sus sospechas. Grueso resultado de un ridículo. Inocentes locutoras de cocina y talcos infantiles fueron obligadas a dictar conferencias sobre yacimientos profundos y tesoros redentores, milagrosos como el mentolato para curar todas las caídas, lecciones televisadas que merecerían con mayor tino el adjetivo que al señor Calderón le salió del alma."
Jacobo Zabludovsky.
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