viernes, diciembre 07, 2007



«Lo que estamos viendo no es simplemente otro trazado del mapa cultural —el movimiento de unas pocas fronteras en disputa, el dibujo de algunos pintorescos lagos de montaña— sino una alteración de los principios mismos del mapeado. No se trata de que no tengamos más convenciones de interpretación, tenemos más que nunca, pero construidas para acomodar una situación que al mismo tiempo es fluida, plural, descentrada. Las cuestiones no son ni tan estables ni tan consensuales y no parece que vayan a serlo pronto. El problema más interesante no es cómo arreglar este enredo sino qué significa todo este fermento».

Cliford Geertz

Entrevista a Jesús Martín Barbero
FIGURAS DEL DESENCANTO

¿no habrá documentos de barbarie que constituyen documentos de cultura?

El lugar de la cultura en la sociedad cambia cuando la mediación tecnológica de la comunicación deja de ser meramente instrumental para espesarse, densificarse y convertirse en estructural, pues la tecnología remite hoy no sólo a la novedad de unos aparatos sino a nuevos modos de percepción y de lenguaje, a nuevas sensibilidades y escrituras. Lo que la trama comunicativa de la revolución tecnológica introduce en nuestras sociedades no es tanto una cantidad inusitada de nuevas máquinas sino un nuevo modo de relación entre los procesos simbólicos —que constituyen lo cultural— y las formas de producción y distribución de los bienes y servicios.

Escribe Manuel Castells en su última obra, La era de la información: «Lo que ha cambiado no es el tipo de actividades en que participa la humanidad, lo que ha cambiado es su capacidad tecnológica de utilizar como fuerza productiva directa lo que distingue a nuestra especie como rareza biológica, eso es, su capacidad de profesar símbolos»1. La «sociedad de la información» no es sólo aquella en la que la materia prima más costosa es el conocimiento sino también aquella en la que el desarrollo económico, social y político, se hallan estrechamente ligados a la innovación, que es el nuevo nombre de la creatividad sociocultural.

Pero frente a esa constatación sociológica se acumulan los relatos del desencanto, que ven en la cultura no el espacio de la producción y la creatividad sino el escenario de la degradación más profunda de lo humano, erosionado justamente por aquellas mutaciones tecnológicas que llevarían a su extremo el fracaso de la creencia secular en el progreso moral y político, esto es, en el paso natural del cultivo de la inteligencia a un comportamiento social constructivo. ¿Adónde nos llevan hoy esos relatos del desencanto? ¿Puede su lúcido pesimismo ayudarnos a afrontar las contradicciones que la globalización envuelve, o sus argumentos son la legitimación de un nihilismo escapista? Ya T.S. Eliot en sus Notas para la definición de la cultura (1948) concluía diciendo «Ha dejado de ser posible hallar consuelo en el pesimismo profético».

Para los que vivimos el desencantamiento del mundo sin que ello nos convierta automáticamente en seres desencantados, hay una frase de Benjamin que nos sigue desafiando e iluminando: «Todo documento de cultura es también un documento de barbarie». Un buen ejemplo de ello se halla en el dictamen de barbarie que Adorno, Steiner y Kundera han proferido sobre uno de los más expresivos modeladores culturales de estos tiempos: el rock, que para Adorno no es más que «un pretexto para la barbarie y los intereses de la industria cultural», para G. Steiner una nueva esfera sonora identificada con «un martilleo estridente, un estrépito interminable que, con su espacio envolvente, ataca la vieja autoridad del orden verbal», y para M. Kundera el rock es «el aullido extático en que quiere el siglo olvidarse de sí mismo (...) La imagen acústica del éxtasis ha pasado a ser el decorado cotidiano de nuestro hastío».

Leyendo esos tres textos me pregunto si la idea de W. Benjamin no sería reversible: en estos oscuros tiempos, ¿no habrá documentos de barbarie que constituyen documentos de cultura, y en un sentido bien preciso, documentos por los que atraviesan movimientos que minan y subvierten, desde sus bajos fondos, la cultura con que nuestras sociedades se resguardan del sinsentido?

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Así, más que al éxtasis, el aullido del rock remitiría a la rabia y la desazón de unas generaciones que han encontrado en esa música el único idioma en el cual expresar su rechazo a una sociedad hipócritamente empeñada en esconder sus miedos y zozobras. Lo que habla —o mejor grita— en esos documentos es la profunda desubicación que sufren actualmente los saberes escolar-letrados y la des-figuración de las condiciones y el sentido del trabajo. Ahí remiten algunas de las figuras en que se dibujan las más hondas razones del desencanto intelectual.

1. DESUBICACIÓN DE LOS SABERES
La «crisis de identidad» del conocimiento en una sociedad de la información se halla ligada estructuralmente a la sociedad de mercado, pues es de éste de donde proviene la dinámica de fondo a la que responden el valor y el modo actual de producción y circulación del conocimiento.

DESCENTRAMIENTO Y DISEMINACIÓN
Desde una perspectiva histórica encontramos que el conocimiento está pasando a ocupar el lugar que tuvieron, primero la fuerza muscular humana y después las máquinas. Lo que introduce dos cambios estratégicos: el descentramiento y la deslocalización / diseminación de los saberes. En el estrato más profundo de la actual revolución tecnológica lo que encontramos es una mutación en los modos de circulación del saber, que fue siempre una fuente clave de poder, y hasta hace poco había conservado el doble carácter de ser a la vez centralizado territorialmente, controlado a través de determinados dispositivos técnicos y asociado a muy especiales figuras sociales.

De ahí que las transformaciones en los modos como circula el saber constituyan una de las más profundas mutaciones que una sociedad puede sufrir. De ahí que sea disperso y fragmentado cómo el saber escapa de los lugares sagrados que antes lo contenían y legitimaban, y de las figuras sociales que lo detentaban y administraban. Cada día más estudiantes testimonian una simultánea y desconcertante experiencia: la de reconocer lo bien que el maestro se sabe su lección, y al mismo tiempo el desfase de esos saberes-lectivos por relación con los saberes-mosaico que —sobre biología o física, filosofía o geografía— circulan por fuera de la escuela. Y frente a un alumnado cuyo medio ambiente comunicativo lo «empapa» cotidianamente de esos saberes-mosaico que, en forma de información, circulan por la sociedad, la escuela como institución tiende mayoritariamente a atrincherarse en su propio discurso, puesto que cualquier otro tipo de discurso es resentido como un atentado a su autoridad.

Examinemos esos dos cambios claves. Descentramiento significa que el saber se sale de los libros y de la escuela, entendiendo por escuela cualquier sistema educativo desde la primaria hasta la universidad. El saber se sale ante todo del que ha sido su eje durante los últimos cinco siglos: el libro. Un proceso que no había tenido casi cambios desde la invención de la imprenta sufre hoy una mutación de fondo, especialmente con la aparición del texto electrónico. Que no viene a remplazar al libro sino a descentrar la cultura occidental de su eje letrado, a relevar al libro de su centralidad ordenadora de los saberes, centralidad impuesta no sólo a la escritura y la lectura sino al modelo entero del aprendizaje por lineariedad y secuencialidad, implicadas en el movimiento de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo que aquéllas estatuyen.

Es sólo puesto en perspectiva histórica que ese cambio puede dejar de alimentar el sesgo apocalíptico con que la escuela, los maestros, y muchos adultos, miran la empatía de los adolescentes con los medios audiovisuales, los videojuegos y el computador. Estamos ante un descentramiento culturalmente desconcertante, pero cuyo desconcierto es disfrazado por buena parte del mundo escolar moralistamente, esto es, echándole la culpa a la televisión de que los adolescentes no lean. Actitud que no nos ayuda en nada a entender la complejidad de los cambios en los lenguajes, las escrituras y las narrativas. Que es lo que verdaderamente está en la base de que los adolescentes no lean en el sentido en que los profesores siguen entendiendo el leer, o sea únicamente libros. Si fuera un tecnólogo o un tecnócrata, nos sonaría a puro bluff lo que ha afirmado ese gran historiador de la lectura y la escritura en Occidente que es Roger Chartier: que la revolución que introduce el texto electrónico no es comparable con la de la imprenta, que lo que hizo fue poner a circular textos ya existentes —lo que Gutenberg buscaba era la difusión de la Biblia—, pues con lo que debe asociarse es con la mutación que introdujo la aparición del alfabeto.

Y es que hasta las etapas de formación de la inteligencia en el niño se replantean hoy al poner en cuestión la visión secuencial que conservó la propuesta de Piaget: los psicólogos constructivistas develan hoy en los niños y adolescentes inferencias cognitivas —«saltos en la secuencia»— que replantean tanto la unicidad atribuida a la inteligencia como a su proceso de formación. Yo estaba en París a finales de los años sesenta y principios de los setenta, cuando se introdujo en la enseñanza primaria la matemática de conjuntos. Y al constatar que niños de primaria aprendían y resolvían problemas de logaritmos que maestros ya mayores enseñaban en los últimos de secundaria, hubo varios suicidios de maestros que sintieron que ese salto dejaba sin sentido su trabajo: ¿cómo era posible que niños de primaria pudieran siquiera plantearse ese tipo de inferencias lógicas?

Segundo, deslocalización / destemporalización: los saberes escapan de los lugares y los tiempos legitimados socialmente para la distribución y aprendizaje del saber. Desde los faraones hasta los señores feudales, «la morada de los sabios» o estaba cerca del palacio / castillo o se comunicaban entre ellos secretamente. Y también el tiempo de aprender se hallaba acotado a una edad, lo que facilitaba su inscripción en un lugar y su control vital. No es que el lugar escolar vaya a desaparecer, pero las condiciones de existencia de ese lugar se están transformando radicalmente no sólo porque ahora tiene que convivir con un montón de saberes-sin-lugar-propio, sino porque el aprendizaje se ha desligado de la edad y ahora se ha tornado continuo, esto es, a lo largo de la vida. Los miles de ancianos que estudian en la universidad a distancia hoy en Europa son la prueba más clara del desanclaje que viven los saberes tanto en su contenido como en sus formas.

La des-localización implica la diseminación del conocimiento, esto es, el emborronamiento de las fronteras que lo separaban del saber común. No se trata sólo de la intensa divulgación científica que ofrecen los medios masivos sino de la devaluación creciente de la barrera que alzó el positivismo entre la ciencia y la información, pues ciertamente no son lo mismo pero ya no son tampoco lo opuesto en todos los sentidos. La diseminación nombra el movimiento de difuminación tanto de las fronteras entre las disciplinas del saber académico como entre ese saber y los otros, que ni proceden únicamente de la academia ni se imparten en ella ya exclusivamente. Una pista clave para evaluar esto es la trazada por el sociólogo alemán Ulrik Beck cuando liga a la expansión ilimitada del conocimiento especializado el paso de los peligros que conllevaba la modernización industrial a los riesgos que entraña la sociedad actual.

No hay salida del mundo del riesgo con base en puros conocimientos especializados, y más bien sucede al revés: a mayor cantidad de conocimiento especializado, mayores riesgos para el conjunto de la humanidad desde la biología ambiental a la genética. La única salida se halla en la articulación de conocimientos especializados con aquellos otros conocimientos que provienen de la experiencia social y las memorias colectivas.

NUEVAS FIGURAS DE RAZÓN
Un segundo plano de cambios a los que estamos asistiendo es la aparición de nuevas figuras de razón que replantea al racionalismo de la primera modernidad. No hay una sola racionalidad desde la que sean pensables las dimensiones de la mutación civilizatoria que atravesamos. Uno de los más claros avances apunta hoy a la creciente conciencia de la complejidad, de la multiplicidad de razones que se entrecruzan cuando hablamos hoy de conocimiento. Esbozo un mapa: desde Platón, y durante siglos, la imagen fue identificada con la proyección subjetiva y con la apariencia, lo que la convertía en obstáculo estructural del conocimiento. Ligada al mundo del engaño la imagen fue, de un lado, asimilada a instrumento de manipulación, de persuasión religiosa o política, y de otro, expulsada del campo del conocimiento y confinada al campo del arte. Hoy día nuevas formas de concebir y producir el conocimiento liberan a la imagen de su estatuto de «obstáculo epistemológico» para recuperarla como ingrediente clave de la nueva relación entre simulación y experimentación científica.

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La revaloración cognitiva de la imagen pasa paradójicamente por la crisis de la representación que examinó Michael Foucault en Las palabras y las cosas. El análisis se inicia con la lectura de un cuadro de Velázquez, Las meninas, lectura que nos propone como pista el que «la relación del lenguaje a la pintura es infinita. No porque la palabra sea imperfecta sino porque son irreductibles la una a la otra. Lo que se ve no se aloja, no cabe jamás, en lo que se dice». El fin de la metafísica da la vuelta al cuadro: el espejo en que al fondo de la escena se mira el rey, al que el pintor mira, se pierde en la irrealidad de la representación. Y en su lugar emerge el hombre vida-trabajo-lenguaje, trama significante a partir de la que se tejen las figuras y los discursos (las imágenes y las palabras), y aparece la eficacia operatoria de los modelos.

Es justamente en el cruce de los dos dispositivos señalados por Foucault —economía discursiva y operatividad lógica— donde se sitúa la nueva discursividad constitutiva de la visibilidad y la nueva identidad lógico-numérica de la imagen. Estamos ante la emergencia de otra figura de la razón que exige pensar la imagen desde su nueva configuración sociotécnica: el computador no es un instrumento con el que se producen objetos, sino un nuevo tipo de tecnicidad que posibilita el procesamiento de informaciones, cuya materia prima son abstracciones y símbolos, inaugurando una nueva aleación de cerebro e información que sustituye a la del cuerpo con la máquina de la modernidad industrial.

Esta nueva figura de razón rehace las relaciones entre el orden de lo discursivo (la lógica) y de lo visible (la forma), de la inteligibilidad y la sensibilidad. El nuevo estatuto cognitivo de la imagen se produce a partir de su informatización —de su inscripción en el orden de lo numerizable—, pero eso no borra ni las muy diferentes figuraciones, ni los efectos estéticos o eróticos de la imagen.

El proceso que ahí llega entrelaza un doble movimiento. Uno, el que prosigue y radicaliza el proyecto de la ciencia moderna —Galileo, Newton— de traducir / sustituir el mundo cualitativo de las percepciones sensibles por la cuantificación y la abstracción lógico-numérica; y dos, el que reincorpora al proceso científico el valor informativo de lo sensible y lo visible.

Un nuevo modo de conocer abre la investigación a la intervención constituyente de la imagen en el proceso del saber: arrancándose a la sospecha racionalista, la imagen se percibe como posibilidad de experimentación / simulación que potencia la velocidad del cálculo y permite inéditos juegos de interfaz, esto es, de arquitecturas de lenguajes.

Virilio denomina «logística visual» a la remoción que las imágenes informáticas hacen de los límites y funciones maniqueamente asignados a la discursividad y la visibilidad, a la dimensión operatoria (control, cálculo y previsibilidad), a la potencia interactiva (juegos de interfaz) y a la eficacia metafórica (traslación del dato cuantitativo a una forma perceptible: visual, sonora, táctil).
La visibilidad de la imagen deviene legibilidad, permitiéndole constituirse en mediación discursiva de la fluidez (flujo) de la información y del poder virtual de lo mental.

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Contra(comunicado):

Como decía Henry David Thoreau, "No pido inmediatamente que no haya gobierno, sino inmediatamente un gobierno mejor". El orígen de Medios y política fue el fraude electoral del 2006: nació La República de la Televisión y la programa(ción) se volvió dicta(dura): un monopolio opinativo de Tercer Grado. Aquí en 'Medios y política' están las evidencias comunicacionales que sostienen nuestra tésis: Felipe Calderón no ganó las elecciones; la oligarquía lo impuso mediante un fraude para auto(comprarse) lo que queda de México. Y lo repitieron imponiendo a Enrique Peña Nieto en el 2012. Por eso pedimos lo posible: que se restaure La República.

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