Estrictamente personal Raymundo Riva Palacio 20 de diciembre de 200 |
La caída política de Bernardo Gómez no sería nada, salvo que fue el hombre más fuerte de Televisa, la empresa más importante del mundo de habla hispana
Bernardo Gómez siempre fue una especie de alter ego de Emilio Azcárraga Jean, por lo que el heredero de la dinastía siempre estuvo dispuesto a correr riesgos por él. Enfrentó a su padre, quien le recriminó esa amistad a tal grado que llegó a prohibirle la entrada a Televisa, y cuando asumió la presidencia en 1997 tras morir El Tigre, ratificó ese cariño al pronunciar una frase que haría historia: "Todo lo que le hagan a Bernardo Gómez, me lo hacen a mí". Todos entendieron, incluido el círculo íntimo formado por José Bastón -unido al joven Azcárraga por un infortunio de la vida- y el poderoso financiero Alfonso de Angoitia, con quien Gómez mantuvo siempre la competencia para ser el consejero predilecto del presidente del medio de comunicación más importante del mundo de habla hispana. Pero, como escribiría el poeta y músico brasileño Vinicius de Moraes, en su soneto de La fidelidad , "que el amor, puesto que es llama, sea infinito, mientras dure".
Azcárraga, con casi una década de experiencia al frente de Televisa, ni es un demente, ni come lumbre. Es un ejecutivo que, junto con su equipo de jóvenes, ha demostrado que la audacia empresarial da resultados. Pero no se gobierna solo. Al ser una empresa pública tiene que presentar informes trimestrales a sus accionistas, en la Bolsa Mexicana de Valores y en Wall Street, que al final son los administradores y reguladores de las pasiones y las acciones temerarias. Cuando se juega en esas ligas y el negocio representa los intereses empresariales en un mercado de 500 millones de personas, cualquier ejecutivo, por más cercano y querido que sea, es desechable. Bernardo Gómez jugó al máximo de las posibilidades que Azcárraga le dio y acabó su ciclo. El hombre más influyente en Los Pinos durante el sexenio pasado subió muy alto y muy rápido. Cuando esto sucede, se da un efecto newtoniano: se cae vertical y velozmente.
Bernardo Gómez ya no lleva las relaciones políticas con el gobierno de Felipe Calderón como las condujo con el de Vicente Fox. Imposible de mantenerlas de la manera como las había construido, desde la estrechísima cercanía con Marta Sahagún que, por proximidad y control anímico, ordenaba sobre el ex presidente Fox. La relación institucional del gobierno de Calderón con Televisa las llevan directamente Juan Camilo Mouriño, jefe de gabinete en Los Pinos, quien tiene el enlace con Azcárraga, y Maximiliano Cortázar, quien hasta la semana pasada, cuando menos, trataba los asuntos informativos con el vicepresidente de Noticias, Leopoldo Gómez. Bernardo Gómez se equivocó políticamente, empapado en la soberbia que la genuflexión interesada de la señora Sahagún había construido artificialmente. "Nadie es más poderoso que un Estado", máxima que no debió olvidar quien funge nominalmente como director adjunto de la Presidencia de Televisa.
El poder de una empresa que ha conformado la cultura mexicana en casi medio siglo, que controla la industria del entretenimiento, constructora de un apabullante star system, proveedora de contenidos a más de 600 cableros, dueña del sistema Sky que tiene 180 canales y más de un millón de suscriptores, que mantiene 23 señales de televisión en tres continentes, cuatro canales de televisión abierta en la capital -ninguna cadena de televisión en el mundo lo tiene-, que opera más de 306 estaciones de radio, y tiene sellos disqueros, de videos, cine, editorial, internet, licencias, alianzas estratégicas en el mundo, además de una escuela de educación artística -que controla 90% del talento en México- y tres equipos de futbol de la Primera División -incluido el estadio más grande del mundo en capacidad de asientos-, no es, sin embargo, infinito. Bernardo Gómez no lo calculó así.
A lo largo del sexenio jugó para la empresa y para él mismo. Manejó a su gusto a la señora Sahagún para que se redujera un impuesto en tiempos fiscales a las televisoras de casi cuatro décadas de 12.5% a 1.25%, con lo cual el Estado dejó de percibir casi 30 mil millones de pesos, y el año pasado impulsó una nueva ley de radio y televisión que fue llamada Ley Televisa, que generó tanta oposición pública que no se descarta que el Congreso redacte una nueva ley que la anule. Esa ley le ocasionó a Televisa su primer gran enfrentamiento con el entonces muy poderoso Andrés Manuel López Obrador, a quien Gómez envió una copia de la ley a principios de diciembre pasado para su aprobación. López Obrador respondió que no había problema, por lo cual los diputados perredistas votaron a favor de ella. Meses después, ya en campaña, se cambió la señal y los senadores del PRD ayudaron a frenarla en el Senado. Cuando le reclamó Gómez a López Obrador y le dijo que lo había traicionado, el entonces candidato presidencial le dijo que los tiempos habían cambiado.
Gómez se molestó con López Obrador pero no rompió. Su relación con el PRD había sido de claroscuros durante el sexenio. En la campaña de 2000, el PRD de Rosario Robles se endeudó con Televisa y cuando vino la intermedia de 2003, con la amenaza de no difundir ningún spot, un amigo de todos ellos, el empresario Carlos Ahumada, salió al rescate del partido. El adeudo de 12 millones de dólares del PRD con Televisa fue cubierto por Ahumada, aunque, según el propio empresario, sólo nueve ingresaron a Televisa. Los tres millones restantes, decía Ahumada, ratificado tiempo después por René Bejarano, afectado públicamente por los videoescándalos, había ido a la cuenta de Gómez y a la construcción de una cava de 700 mil dólares.
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